sábado 29 de noviembre de 2025
29 de agosto de 2025 - 18:54

Francisco Laureana, el sátiro que miraba el almanaque y el reloj antes de matar

Es uno de los criminales más feroces del país. Violaba y mataba a mujeres y niñas en la zona de San Isidro. Fue abatido en febrero de 1975.

Francisco Antonio Laureana tenía una doble personalidad, algo así como “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”. En su casa solía jugar con sus hijos del corazón, leerles cuentos o escribirle cartas de amor a su mujer. Si bien no solía tener amigos, este vendedor de artesanías talladas en madera nacido en 1952 en Corrientes, no parecía dar indicios de ser un hombre complicado. Sin embargo, como la clásica novela de Robert Louis Stevenson, cuando salía de su casa se transformaba y en su prontuario quedaron varias violaciones y asesinatos de mujeres jóvenes y niñas.

Laureana pasó su infancia como interno en un colegio católico en la capital de Corrientes y fue seminarista en una orden religiosa. Luego de la violación y el ahorcamiento de una monja, el hombre de 1.70, esbelto, ágil y con acento norteño, desapareció. Y nada más se supo del él por la Mesopotamia.

Lo cierto es que luego de, tal vez, su primer crimen, se mudó a Buenos Aires en julio de 1974 y se instaló en San Isidro. Allí, vivió junto con una mujer que tenía tres hijos y se puso a tallar, con sus manos pequeñas, artesanías de maderas para sobrevivir. Las vendía en la calle y para ello se desplazaba en su Fiat 600.

Mientras este joven artesano continuaba con su vida familiar, en las calles de esa localidad del Gran Buenos Aires se sucedían una serie de crímenes sin que la Policía lograra identificar al responsable. Aunque había cierto patrón que unían a los hechos: las violaciones y asesinatos ocurrían, en general, los días miércoles y jueves, siempre alrededor de las 6 de la tarde. Y se sumaba otro dato: las víctimas eran mujeres y niñas que tomaban sol en inmensas y coquetas casonas, jugaban en los jardines arbolados o esperaban algún colectivo para tomar.

Algunas de las víctimas habían sido baleadas, otras estranguladas. En todos los casos, Laureana se llevaba algo de las mujeres como suvenir ya que, de acuerdo a la teoría de algún investigador, ese fetichismo le permitía recordar a sus víctimas. Además, el después conocido como “el Sátiro de San Isidro” solía volver al lugar en el que había atacado para revivir el momento del crimen.

Las estrategias de los hombres de azul chocaban con la habilidad del artesano para evadirlos. De hecho, cuentan que en más de una oportunidad policías se pusieron pelucas y tomaron sol en elegantes sillones de esas casonas como anzuelo. Pero nada fue fructífero y los ataques siguieron escandalizando a ese distrito del conurbano pero en un contexto nacional en el que los casos policiales no ocupaban la primera plana.

El sangriento final de Laureana

“Yo salgo, vuelvo en un rato. Cuidá a los chicos que hay muchos locos sueltos en la calle”, le dijo Laureana a su mujer el 27 de febrero de 1975, cuando ya el identikit con su rostro que había aportado un testigo tiempo atrás aparecía en varias viviendas de la zona. Pese a eso, su instinto criminal pudo más y cerca de las 6 de la tarde salió a “cazar”.

Era verano en la Argentina de Isabel Martínez de Perón, donde la escalada de violencia política marcaba el pulso del país. Atrás habían quedado los homicidios, raptos y violaciones de Carlos Eduardo Robledo Puch, otro personaje que marcó a sangre la historia criminal.

En ese contexto, Laureana merodeó un chalet con pileta de la calle Intendente Tomkinson, cuando una niña corrió hasta su madre para decirle que había visto al hombre de foto, “el que mata nenas”. La mujer gritó, el criminal escapó y ella llamó a la Policía.

Bajo el mando del subcomisario Eugenio Furlam, los efectivos encontraron a Laureana y le dieron la voz de alto. Un cruce de disparos terminó con una bala incrustada en el hombro del malviviente. Pero escapó, sin dejar rastro y pese a que vecinos armados colaboraron en la búsqueda.

Cuando la Policía parecía resignada, los ladridos de una perra llamaron la atención de Carlos Sandoval. “Rina”, así se llamaba el animal, olfateaba sangre detrás de una puerta que conducía a un gallinero. El hombre no dudó en llamar a los efectivos que seguían por la zona y en segundos rodearon el lugar.

La versión oficial asegura que el criminal, desquiciado, empezó a disparar ante el pedido de la Policía para que se entregue. Otras, en cambio, indican que no estaba armado y que fue fusilado. Lo cierto es que cuando ingresaron al lugar tras la balacera, la escena estaba teñida de rojo. Sin su documento (nunca lo llevaba cuando salía a atacar), el cuerpo acribillado yacía sin vida en el suelo, con los ojos abiertos.

Laureana
El identikit que hizo caer al

El identikit que hizo caer al "Sátiro de San isidro".

Las dos vidas de Laureana

Tras identificar al delincuente mediante sus huellas dactilares, los investigadores de la Policía allanaron dos viviendas. En una vivía su mujer con los hijos. “Acá tuvo que haber un error. Mi marido no pudo haber hecho todo eso. Era un buen padre, un buen marido, un artesano que amaba lo que hacía”, dijo ella al recibir la noticia.

En la otra vivienda, vivían su madre y su hermana, quienes tampoco podían creer los dichos de los efectivos que golpearon a la puerta. "Francisco no era ni un sátiro ni un asesino. Sí era un excelente hermano y un buen padre. Vivía para sus hijos", contó la hermana. Era, sin duda, el costado doctor Jekyll de Laureana.

Sin embargo, y pese a que nadie en la familia había visto actitudes sospechosas ni extrañas, en las casas encontraron objetos que les robaba a sus víctimas.

“Con el auxilio de un perro y luego de dos tiroteos, matan en San Isidro al sátiro que en sus fechorías nocturnas asesinó a 15 mujeres en seis meses”, fue el título de la nota que publicó el diario La Nación en aquella época.

Desde ese momento, los crímenes de mujeres en San Isidro se frenaron. Los miércoles y jueves, al menos por un tiempo, se pudo caminar con aires de tranquilidad por las calles de la ciudad. (DIB) FD

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