Ya sea las Mielcitas, esas tiras que uno se metía en la boca sin preguntarse mucho sobre su contenido, los “raros” caramelos Media Hora o los Fizz, las pastillas D.R.F., el chupetín Topolino, las inolvidables obleas Tubby (en sus versiones 3, 4, 5 y 6) o las infaltables Tita y Rhodesia, cosecharon fanáticos. Algunas de estas delicias, nacieron en la provincia de Buenos Aires y en esta nota de Agencia DIB te lo contamos.
Con la intención de ampliar su proyecto, en 1952 instaló una segunda fábrica (a la que ya tenía en el barrio de Chacarita) en Uribelarrea, partido de Cañuelas. Desde allí probó con caramelos de dulce de leche, de tres sabores pero la polémica, que aún perdura, llegó de la mano del caramelo 1/2 Hora.
Meana mantuvo la fórmula de esta golosina bajo cuatro llaves hasta que se vendió la marca a Stani, y de ahí parte del misterio que la rodea. Su extraño sabor proviene del anetol, un compuesto aromático con un gusto distintivo que combina anís, hinojo y anís estrellado. Más allá de eso, en su envoltorio no figura el anetol como ingrediente.
Su nombre, en tanto, es otro de los misterios no resueltos. Lo que todos piensan es que se debe a lo que dura en la boca, porque la verdad es que no es uno de esos caramelos que se devora con placer. Gusta, aunque no tanto. Pero uno no puede dejar de probarlo. Te adormece la lengua, y pese a eso sigue en nuestra boca. Dura de 15 a 20 minutos, si uno se dedica a cronometrar el tiempo hasta que se disuelve.
Otra teoría, según relata el Gran Libro de las Marcas, es que el asturiano lo bautizó así porque diariamente, media hora antes del cierre de la fábrica, se limpiaban las máquinas. Los residuos de otras golosinas como azúcar, melaza, glucosa y colorantes, al otro día mezclaban con el anetol dando lugar a las míticas bolitas de color oscuro y de 4 gramos de peso. Aunque también hay versiones de que su nombre tendría que ver con el período recomendado entre un caramelo y otro: esperar media hora para comer otro.
Las “vauquitas” no son ajenas
Vauquitas
La vauquita, con corazón de dulce de leche.
La tableta Vauquita, de puro dulce de leche, es una de las golosinas auténticamente bonaerenses. Pero lo curioso es que tiene dos relatos de nacimiento: unos afirman que fue inventada en la empresa familiar La Martona, en Cañuelas, y otros que se creó donde ahora se sigue fabricando, la ciudad de Trenque Lauquen, en el oeste bonaerense.
Cañuelas es la localidad considerada como la capital nacional del dulce de leche, porque allí se creó esta golosina a principios del siglo XIX. Ya en el 1900, Vicente Casares, el abuelo del escritor Adolfo Bioy Casares, fundó la empresa láctea La Martona. Allí, durante mucho tiempo produjeron una tableta de dulce de leche sólido en un envase de cartón con la imagen de una vaca. La golosina no tenía nombre, pero todos la conocían como "la vaquita".
La “pata Trenque Lauquen” de la historia está en la fábrica de chocolates Cauca, fundada en 1928. Según Raúl Vidal, nieto del fundador de Cauca y actual dueño de la compañía, "mi abuelo le vendía dulce de leche a La Martona y se le ocurrió aprovechar lo que sobraba en el fondo de los tarros". Así, creó una golosina en forma de tableta que se llamó El Vasquito. A diferencia de la tableta de La Martona, se vendía envuelta en papel metalizado. El Vasquito, que llegó a ser muy popular en el interior de la provincia de Buenos Aires, dejó de fabricarse con el tiempo. A fines de los '70, Vidal decidió reflotarlo y usó el nombre "Vauquita", es decir, "vaquita" con una "u".
Más tarde la firma le vendió a la marca a Heladerías Massera, que quebró en 2001, y la Vauquita terminó siendo rescatada por la empresa La Dolce, que es la que la fabrica en la actualidad.
Según contaron a DIB desde la empresa, la Vauquita es "puro dulce de leche. No tiene químicos, no tiene ningún conservante. El dulce de leche se pone en pailas (sartenes grandes) y se empieza a solidificar. Tiene un punto que lo saben los chicos que lo hacen en Trenque Lauquen. Se tira sobre unas planchuelas, se deja que se seque y se agrega azúcar impalpable. Luego se corta, va por una envasadora y se mete en las cajitas”.
Hoy en día Vauquita no es solo una golosina, sino un símbolo de la ciudad: "En la zona, la gente asocia Trenque Lauquen y Vauquita, como Pehuajó y Manuelita".
Mantecol, un clásico que sigue vigente
Mantecol
Mantecol, un clásico de las fiestas y de todo el año.
La marca fue creación de Miguel Nomikos Georgalos, un inmigrante que llegó de la isla griega Chios y que estaba estudiando pastelería en Polonia, cuando antes de que se produjera la ocupación alemana del territorio decidió embarcarse y terminó en el puerto de Buenos Aires en septiembre de 1939. Tenía 24 años, no sabía español y casi sin una moneda, sólo tenía de capital unas cuantas recetas.
Un compatriota le ofreció alojamiento provisorio en una pieza de una pensión de Dock Sud , en el partido bonaerense de Avellaneda. Allí se propuso hacer Halvá, un postre a base de pasta de sésamo que en Grecia se consume para acompañar el café.
El origen del postre de maní fue un derivado del halvá, un producto similar de mucha fama en Medio Oriente, que se hacía a base de pasta de sésamo. Ante la imposibilidad de contar con la materia prima original se animó a probar con el maní.
Lo bautizó así porque una vecina lo veía parecido a los paquetes de manteca que, al igual que el postre de Miguel, estaba envuelto en papel de aluminio. La venta ambulante fue el primer canal de distribución de este producto que tuvo rápida aceptación entre los vecinos.
Sin embargo, para los años 60 se consumía en todo el país y la empresa ya se había ampliado de manera significativa. Gracias a la amistad de Miguel con Manuel García Ferré, el creador de Anteojito, el postre se popularizó más. Y aún hoy es un clásico de los argentinos.
Mielcitas, la golosina líquida
mielcitas
Las mielcitas y esa magia única.
Fundada en 1976, la fábrica Suschen, ubicada en Rafael Castillo, en La Matanza, fue una de las principales productoras de golosinas en Argentina. Entre sus productos más populares se encontraban las Mielcitas, el juguito Naranjú, los alfajores Suschen y las semillas Girasol.
Puntualmente, las mielcitas tuvieron un éxito llamativo entre los chicos entre los años 80 y 90. Un poco gracias a sus “colores radiactivos” o por sus sabores, estos caramelos líquidos estaban compuestos, en realidad, jarabe de glucosa. Hoy, las tititas vienen en ananá, uva, cola, frutilla, manzana y el famoso naranjú.
Hacia 2019, la empresa cerró, pero un grupo de operarios de la empresa decidieron recuperarla como cooperativa. Lo lograron después de mucho trabajo, con apoyo de la comunidad, y para enero de 2021 volvieron a prender las máquinas. (DIB)