Por Marien Chaluf, de agencia DIB
Dolores Reyes imaginó a una niña hundiendo sus manos en la tierra y llevándosela a la boca. Pensó en una chica delgada y frágil, con una historia pesada en sus espaldas y un don: adivinar el destino de los cuerpos, de las vidas arrebatadas, de las mujeres muertas, asesinadas.
Así nació Cometierra (editorial Sigilo), una historia disruptiva contada con gran calidad narrativa y craneada en el marco de un taller de escritura coordinado por Selva Almada, otra de las grandes narradoras argentinas contemporáneas.
El libro se convirtió en un verdadero “boom” literario a poco de ser publicado hace exactamente un año, y aún es mencionado como la “novela del momento”. Figura entre los más vendidos, según el relevamiento que la cadena de librerías Cúspide realiza cada semana. Lleva cinco reediciones, llegó a España y Colombia, y será publicado en Inglaterra, Estados Unidos, Australia, Francia, Italia, Polonia, Holanda y Turquía.
“Por primera vez no nos leemos solamente entre mujeres”, afirma Dolores Reyes en diálogo con DIB, en momentos en los que las narradoras argentinas conquistan el terreno literario local y mundial, tras un demorado reconocimiento producto de la cultura patriarcal.
Dolores tiene 41 años, es docente en la escuela 41 de Pablo Podestá (Tres de Febrero) y tiene siete hijos, seis de los cuales viven con ella. Se levanta todos los días a las cinco de la mañana para poder escribir y termina con las tareas que demandan el trabajo, los chicos y el mundo cotidiano, pasada la medianoche. Sin embargo, nadie la mueve de esta idea: “Ahora que retomé la escritura no la quiero soltar nunca más”.
El mundo editorial parece haber puesto la lupa en las narradoras argentinas. ¿Cómo analizás este momento de la literatura femenina?
Estamos muy felices, porque este último laburo que se viene haciendo de escritura, de pensamiento, de tomar materiales que vienen de la sociedad y ficcionalizar, tiene como resultado todo esto: una camada de escritoras descomunales, que son premiadas, más allá del ‘momento’ de la literatura feminista, sino porque son narradoras del carajo. Este es un momento en el que por primera vez no nos leemos solamente entre mujeres. Hasta hace poco persistía la idea de que si la protagonista era femenina, la lectura no era para ellos. Me parece que por primera vez eso se empieza a romper y empieza a aparecer como resultado de una riqueza y una variedad de relatos enorme.
¿Cómo fue el camino para llegar hasta acá?
La escritura de las mujeres ha sido durante mucho tiempo ninguneada, excluida incluso de los programas de formación universitaria en los que nosotras mismas nos formamos. Fue necesario que entre nosotras intercambiáramos materiales de escritoras anteriores, porque desde lo oficial no nos llegaba ningún legado, ninguna herencia, como si las mujeres nos hubiéramos puesto a escribir ahora. Y cuando entre nosotras hicimos circular libros nos dimos cuenta que había un legado enorme. Hay grandes escritoras, poetas descomunales, mujeres que en su momento eran super leídas y que después fueron ninguneadas, invisibilizadas. De alguna forma el feminismo nos permitió recuperar todo eso también.
Tu novela tuvo mucho reconocimiento en el seno del movimiento de mujeres. ¿Cómo lo vivís?
Estamos viviendo una epidemia de femicidios, y esa lucha, esas reivindicaciones siguen siendo las más movilizadoras y las más nucleadoras. A la hora de escribir una pone en juego cuestiones de la propia experiencia. Todas atravesamos ese momento de nuestras vidas en el que nos damos cuenta que nos pueden matar solo por el hecho de ser mujeres y eso es muy movilizador. Recuerdo mi primer impacto con el caso María Soledad Morales, cuando era muy chica. Para mí fue como un punto de partida, nació una necesidad de no soltar esas historias, de saber qué había pasado con esas chicas. Y a la hora de escribir aparecen todas esas cuestiones, esas obsesiones, que se convierten en material.
Cometierra ayuda a entender qué pasó con los femicidios, ¿cómo se te ocurrió la historia?
La idea de cometierra nace en talleres de escritura con Selva Almada y Julián López. Un compañero leyó un texto muy poético que terminaba diciendo “tierra de cementerio”. Cuando escuché eso vi a Cometierra, una nena muy flaca, de piel escura. Fue bastante impactante para mí y pensé que podía ser una idea muy potente. Traté de armar la escena para que los demás pudieran verla como la había visto yo. Gustó, quedaron todos sorprendidos y ahí empecé a tirar de la idea, de la escritura. La tierra del cementerio es una tierra muy particular, está en contacto con otros cuerpos. Y ahí vino la idea de que ella podía ver a través de la tierra a esas personas, como si la tierra fuera el depósito de la memoria y la forma de transmitir esos secretos a una chica que termina siendo una suerte de vidente o médium.
¿En algún momento te imaginaste que el libro iba a tener esta recepción?
Jamás. Fue un libro muy trabajado, tenía la certeza de que si alguien lo leía, lo iba a pasar bien. Pero nunca pensé que iba a ser leído de una forma tan masiva, por públicos tan distintos, y en otros países: en Italia, España, Polonia, ahora se va a lanzar en lengua Inglesa en Estados Unidos, en el Reino Unido, Canadá y Australia. Es más que un sueño porque nunca lo imaginé así, lo excedió.
¿Cómo dialogás con la recepción que tuvo en tu propio contexto?
Sigo viviendo y trabajando en el mismo lugar. De alguna forma muchos elementos presentes en la novela siguen formando parte de nuestra vida cotidiana. Ahora que estoy escribiendo otras historias y también la continuación de Cometierra, y sigue presente ese entorno que me interpela, que me da materiales todo el tiempo. La precariedad de la vida, de los trabajos, de la educación, que están en Cometierra siguen conformando otras historias. Lo que sí me da mucha bronca es que los sectores sociales, las infancias y las adolescencias que están retratadas ahí de algún modo, no puedan acceder al libro, tengan que fotocopiarlo, leerlo en un celular; que un docente con 30 años de carrera tenga como insumo para despertar el amor por la literatura, fotocopias y un PDF bajado en un celular. Eso me da mucha bronca y tristeza.
Estás trabajando en una segunda parte de Cometierra. ¿Hay fecha de publicación?
No, no. No hay fecha. Pienso que un texto tiene que tener el trabajo que tiene que tener, y eso requiere tiempo, no se puede forzar. Una puede tener una regularidad a la hora de escribir, pero hay que respetar la escritura. El tiempo de la escritura es otro, justamente es un tiempo que requiere mucho de detenimiento, de observación, de maduración, y eso no se puede evitar, no quiero sortearlo. Además, la vara quedó tan alta con Cometierra que quiero trabajar un texto que esté a la altura de mis lectores. Hay varias puntas que quedaron abiertas. El caso de la Seño Ana, por ejemplo, sabía que era una escritura de largo aliento y que no lo iba a poder cerrar en esta Cometierra. Estoy escribiendo ahora en esa línea. También escribí cuatro cuentos que me gustan mucho.
Tenés siete hijos y un trabajo. ¿Cómo hacés para encontrar el tiempo para escribir?
Mis días son larguísimos. Me lavanto a las 5 de la mañana y termino pasada la medianoche. Tengo todas las condiciones dadas para no escribir, para procrastinar. Por eso si me gusta, si esto es lo que quiero, tengo que hacer un esfuerzo mayor. Hasta hace tres años di clases en primero y cuarto grado. Fui maestra de primaria y después empecé a trabajar en la secretaría de la Escuela 41. Los años en los que escribí Cometierra estaba frente a grado. Postergué la escritura durante muchos años y ahora retomarlo, y que sea un encuentro con un momento. Necesito hacer malabares entre los viajes, la vida cotidiana, el trabajo, la crianza y la escritura. Pero digamos que ahora que retomé la escritura no la quiero soltar nunca más.
¿Cómo impactó el “boom” de Cometierra al interior de tu familia? ¿Tus hijos son lectores?
Tengo hijos chicos, adolescentes y adultos en un rango que va de los 8 a los 24 años. Fue muy movilizante para todos, los más chiquitos se sentían intimidados cuando por ahí me paraban por la calle para firmar algún libro, ahora se acostumbraron y lo disfrutan. A todos nos gusta leer. Prefiero ir sola a las librerías cuando necesito un libro porque termino comprándoles a ellos y no a mí.
¿Qué lees? ¿Qué autoras y autores considerás imprescindibles?
Me gusta cuando la literatura es una experiencia que no pasás por alto, que en algún punto te conmueve, te sacude. Leo muchísima poesía, muchas narradoras y narradores argentinos. Pienso en Juan José Saer, en Antonio Di Benedetto, en Sara Gallardo, en Libertad Demitrópulos. Leo mucha cultura clásica también, que es mi formación. (DIB) MCH