jueves 18 de diciembre de 2025
17 de diciembre de 2025 - 21:14

El otro como amenaza: una vieja idea en un mundo moderno

La historia del mundo podría leerse como una sucesión de intentos por convivir con la diferencia…y de fracasos reiterados en ese intento.

Cambian los imperios, los sistemas políticos y los discursos, pero persiste una pulsión antigua en la necesidad de señalar a un “otro” como amenaza. El racismo y la discriminación religiosa no son anomalías del pasado, sino que son una constante que reaparece cada vez que el miedo encuentra terreno fértil.

El horror en Australia

En ese marco se inscribe lo ocurrido recientemente en Bondi Beach, Australia. En un espacio público, abierto y simbólicamente asociado a la diversidad y la convivencia, se produjeron agresiones y actos de hostigamiento con motivación racial y religiosa, dirigidos contra personas que manifestaban pacíficamente su identidad y sus creencias. El episodio generó conmoción no sólo por el hecho en sí, sino por el lugar: una playa, un espacio común, cotidiano, donde el odio apareció sin disimulo. No fue un conflicto lejano ni un escenario de guerra; fue la vida diaria interrumpida por la intolerancia.

Este tipo de hechos no surge de la nada. Si miramos la historia, el patrón se repite con una claridad inquietante. En nombre de la raza, la religión o la identidad cultural se legitimaron persecuciones, expulsiones, esclavitudes y genocidios. Cambian las víctimas, sean judíos, musulmanes, cristianos, pueblos originarios, migrantes, minorías étnicas, pero el mecanismo es idéntico: deshumanizar, simplificar, culpar. El otro deja de ser persona y pasa a ser símbolo del miedo colectivo.

Viejos fantasmas

El mundo moderno suele pensarse a sí mismo como más racional, más ilustrado, más tolerante. Sin embargo, cada crisis global reactiva viejos fantasmas. La libertad religiosa, uno de los grandes consensos surgidos tras las tragedias del siglo XX, vuelve a ser cuestionada. No se ataca sólo una fe específica, sino que se erosiona la idea misma de que alguien pueda creer -o no creer- sin ser señalado, ridiculizado o violentado.

Cuando se permite el odio contra una religión, todas quedan en riesgo.

Lo más alarmante no es únicamente la violencia explícita, sino su normalización. El racismo se disfraza de opinión, la discriminación se presenta como defensa identitaria, y el desprecio se justifica en nombre de la libertad de expresión. La historia enseña que el odio nunca se detiene en las palabras. Siempre avanza. Siempre pide un poco más.

Repetimos las mismas lógicas

La conclusión histórica es incómoda: el mundo aún no aprendió del todo. A pesar de la memoria, de los monumentos, de los discursos del “nunca más”, seguimos repitiendo las mismas lógicas. La diferencia continúa siendo leída como amenaza en lugar de como condición básica de la vida en común.

Tal vez la reflexión final deba ser más profunda. El racismo y la intolerancia no hablan sólo del odio hacia el otro, sino del vacío interior de quien necesita negar al otro para afirmarse. Una humanidad segura de sí no necesita excluir; una identidad sólida no necesita humillar. La pregunta que, episodios como Bondi Beach nos devuelven, no es sólo qué tipo de mundo estamos construyendo, sino qué tipo de personas estamos eligiendo ser.

La historia no se repite sola: la repetimos nosotros, cada vez que callamos, justificamos o miramos hacia otro lado.

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