Por Marcelo Metayer,
de la redacción de DIB
Un sofocante 19 de noviembre de 1882 una multitud se reunió en un pastizal arreglado para la ocasión en las Lomas de la Ensenada, a unos 60 y pico de kilómetros de Buenos Aires, para asistir a un acto histórico: la fundación de una nueva capital provincial. Ese día se cristalizó el sueño del gobernador Dardo Rocha y nació la ciudad de La Plata. Ese día, también, surgieron las leyendas platenses.
En sus relativamente pocos años, La Plata se colmó de relatos y misterios urbanos. Aquí se hablará de tres de ellos, que figuran entre los más notables de la ciudad: la maldición de los gobernadores, la momia que irradiaba luz y los elusivos túneles.
“Malditos los que la defiendan”
Ya se ha dicho que aquel 19 de noviembre la temperatura era elevada. La mayor parte de la multitud que había viajado desde la Capital para asistir a la ceremonia no tenía acceso al banquete que se desarrolló, en horas de la tarde, donde ahora está el Polideportivo de Gimnasia y Esgrima. Para el pueblo había solo asado y agua. Pero la carne estaba en mal estado y el líquido era escaso. Encima más tarde llovió torrencialmente y la gente cruzó el barro para llegar hasta la estación de Tolosa, desde donde partía el tren a Buenos Aires.
La ya exacerbada multitud tomó entonces la decisión de ir a buscar a una “machi”, una anciana chamán del pueblo mapuche que vivía allí en Tolosa, para que le echara una maldición a la ciudad recién nacida. Ésta es una de las versiones de la causa del gualicho: otra dice que en realidad fue una venganza del pueblo tolosano porque La Plata se superponía parcialmente con él y le quitaba territorio; y aún hay otra más que habla de intereses políticos y hace intervenir a seguidores del presidente Julio Argentino Roca, enemistado con el gobernador.
Estas personas llegaron hasta la excavación donde habían depositado la Piedra Fundamental, que contenía documentos, medallas y botellas de vino. Rompieron el cemento aún fresco, robaron objetos y se tomaron varias botellas. Luego llevaron a cabo la maldición. Con la machi a la cabeza, caminaron alrededor del pozo mientras pronunciaban las palabras del ritual: “Nosotros, hombres y mujeres de bien, invocamos todas las fuerzas malignas de la tierra y del cielo. Convocamos a los espíritus del mal y les pedimos, les ordenamos, que se queden para siempre en este lugar por los siglos de los siglos. Y en este sitio, que nadie viva en paz y prosperidad si naciera una ciudad. Malditos sus habitantes, malditos los hijos que nazcan en ella, malditos sus jóvenes y malditos todos los que la amen y la defiendan”. Así lo cuenta el poeta y ensayista Gualberto Reynal en “¿El maleficio de los Gobernadores?” (1999), a partir de una tradición oral.
Después de la fúnebre ceremonia volvieron a tapar el pozo y se fueron. Al poco tiempo morirían dos hijos de Dardo Rocha y éste no llegaría nunca a ser presidente de la Nación. De hecho, nunca un gobernador bonaerense alcanzó la primera magistratura por el voto popular.
En 1999 se realizó una bizarra ceremonia de “contramaldición” en la Plaza Moreno. La llevó a cabo el brujo Manuel Salazar, a quien también se lo conocía como “el brujo de Eduardo Duhalde”, por su relación con el entonces gobernador. El 24 de junio, la noche de San Juan, el brujo dijo, mientras miraba hacia la Catedral: “Señor Duhalde, sea usted bienvenido a la presidencia de la Nación”. Dos años y medio después, el político de Lomas de Zamora llegaría a esta instancia, pero ésa fue otra historia.
La momia de Tolosa
En 1887 se inauguró el cementerio platense en 131 y 72. Un año antes se había cerrado el camposanto de Tolosa, que estaba entre las actuales calles 522, 526, 120 y 118, y se comenzó a trasladar los cuerpos al nuevo lugar de reposo. Los que no fueron reclamados quedaron en un osario común.
Allá por 1908 el administrador de la nueva necrópolis encontró algo extraño dentro de una caja proveniente del clausurado cementerio tolosano. Lo relata Nicolás Colombo en el tomo I de “Misterios de la ciudad de La Plata” (2015): “Contenía una momia de un cuerpo entero y máscara intacta, de ojos semicerrados”. Un cadáver intacto después de más de 20 años, nada menos; la noticia se hizo pública enseguida.
El cuerpo comenzó a ser exhibido, un poco por morbo y otro poco para ver si algún familiar lo reconocía. Y de golpe el Cementerio se llenó de gente. En un momento se advirtió que la momia en la penumbra parecía brillar por a un fenómeno de fosforescencia. Si ya de por sí el hallazgo era un misterio, ahora ya se convertía en una conmoción: la momia “echaba luces”.
Cuenta Colombo que “un empleado de la necrópolis tuvo la idea de colocar el cuerpo momificado en el altar de la capilla, causando que varios devotos de este desconocido asistieran para hacerle pedidos y plegarias, e incluso arrancarle parte de sus ropas para elaborar remedios y amuletos”. Las autoridades decidieron entonces, visto el grado de histeria colectiva, dejar de exhibir el cuerpo.
Recién en 1924 se supo la identidad del fallecido: se trataba del poeta uruguayo Matías Behety, muerto de tuberculosis en 1885 y sepultado en Tolosa poco tiempo después. Para cuando se trasladaron los cuerpos se había perdido el rastro de su tumba.
Desde 1925 el luminoso e intacto cuerpo de Behety descansa en un mausoleo encargado por su familia muy cerca de la entrada del Cementerio platense. Poeta de valía, es mucho más conocido por la historia de la momia que por sus versos, en una torcida ironía del destino.
Misterio bajo tierra
Los dos temas que despiertan más curiosidad en la gente con respecto a La Plata son siempre los mismos: la masonería y los supuestos túneles. Sobre el primer asunto nos explayaremos en una nota posterior; en cuanto a lo segundo, la existencia de corredores secretos constituye una fascinante leyenda urbana que se extiende por todas las latitudes.
La presencia de estos pasajes siempre circuló de boca en boca, pero el primero que se encargó de ponerlo en un libro fue el citado Gualberto Reynal. En “La historia oculta de la ciudad de La Plata”, menta algo así como dos “sistemas” principales de túneles: uno iría por debajo del Eje Patrimonial de la ciudad, desde Plaza Moreno hasta el Bosque, pasando por debajo de la municipalidad, la Legislatura y la Casa de Gobierno hasta desembocar en el Ministerio de Seguridad. El otro túnel arrancaría en el Pasaje Dardo Rocha, en el centro de la ciudad, hasta la estación actual en 1 y 44 y correría por debajo de la diagonal 80.
Hay dos problemas con estos presuntos túneles. El primero es su utilidad: si La Plata está lejos de la costa, para contrabando no sirven. ¿Para esconderse? ¿De qué? El segundo tema es la dificultad de construir espacios subterráneos de cierta dimensión por el tipo de subsuelo de la ciudad, levantada sobre unos bañados.
Cuando a fines de los años ’70 se comenzó a erigir el nuevo Teatro Argentino se cavó un pozo de unos 30 metros de profundidad y una manzana de superficie. Esto quedaba justo en pleno eje monumental y no se halló rastro de ningún túnel.
De todos modos, lo que hay son muchos sótanos en casas antiguas. Y el túnel que sí existe, que se redescubrió hace unos diez años, unía dos sectores del antiguo Regimiento 7, en lo que ahora es la Plaza Malvinas. No era un túnel secreto, ya que era conocido por muchos platenses, pero quedó cerrado cuando se abandonó el edificio del regimiento después de la guerra de 1982 y mucha gente lo olvidó.
Estos presuntos túneles continúan recorriendo las líneas de una ciudad llena de historias que van y vienen. La Plata es una ciudad joven, con menos años que muchas otras del territorio bonaerense, pero que ha construido a fuerza de voluntad sus propias leyendas. (DIB) MM