Pardo, el pueblo donde Adolfo Bioy Casares encontró su propia voz

La familia del escritor tenía una estancia en la localidad. Allí solían pasar los veranos Bioy, su esposa Silvina Ocampo y Jorge Luis Borges. Y en el pueblo fueron escritas varias joyas de la literatura argentina, entre ellas, “La invención de Morel” (1940).

La vieja estación de Pardo.
La vieja estación de Pardo.

Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB

Dicen que el cielo de Pardo es el más limpio de la provincia de Buenos Aires y que de noche se ven las mejores estrellas. Seguramente en ese cielo estaba pensando Adolfo Bioy Casares cuando escribió “El calamar opta por su tinta”, en el que un bagre extraterrestre cae de visita en un pueblo que no parece tan distinto a ese del partido de Las Flores donde la familia Bioy Casares tenía su estancia “Rincón Viejo”.  Ese Pardo en donde Adolfo se casó con Silvina Ocampo en 1940, el año de la publicación de su novela “La invención de Morel”; uno de los testigos de la boda fue Jorge Luis Borges.  Los tres, luego pasarían verano tras verano bajo ese cielo diáfano, esas constelaciones y esos árboles de la estancia. Además, por aquella época Bioy escribió un folleto de yogur para La Martona, la empresa láctea de los Casares, su familia materna, el primer elemento de las inmortales colaboraciones con Borges.

“Adolfito”, como sigue siendo conocido para mucha gente del lugar el escritor, menciona expresamente a Pardo en “Encuentro en Rauch”. Esa historia comienza: “El jueves, a las ocho en punto de la mañana, debía presentarme en la estancia de don Juan Pees, en la zona de Pardo, para dejar concluida una venta de hacienda”. Pequeños homenajes del autor de “La aventura de un fotógrafo en La Plata”, que aprovechó la libertad y la paz del lugar para pergeñar muchas de sus obras.

La boda de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Arriba, a la derecha, Jorge Luis Borges.
La boda de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Arriba, a la derecha, Jorge Luis Borges.

Algo de historia

Adolfito no fue el único escritor de su familia. En “Antes del 900”, su padre Adolfo Bioy cuenta historias de la vida rural y los primeros días de Pardo. Los Bioy se instalaron en la zona en 1829, cuando se llamaba “paraje Pardo”. Allí, en su campo, se instaló la primera pulpería en 1835 que funcionó como posta de galeras y carretas hasta 1890. El nombre de su estancia, “Rincón viejo”, data de 1872, cuatro años antes de que arribara el Ferrocarril del Sud. A partir de ese momento Juan Bautista Bioy instaló una proveeduría en una vieja casona que aún se conserva de dos plantas y construida sin ochava.

Más tarde el pueblo floreció y llegó a tener más de 3.500 habitantes. Hoy los pardenses no llegan a 200 y los trenes no se detienen en la estación, pero no es para nada una localidad sin encanto: hay cuatro almacenes, un hotel que en su momento fue un almacén de ramos generales que administró el mismo “Adolfito”, una pizzería, un complejo de permacultura y una capilla convertida en espacio cultural.

Además, desde 2017 hay un proyecto de turismo rural comunitario llamado Pardo Auténtico, en el que trabajan junto a la comunidad, los emprendedores turísticos y la Secretaría de Cultura y Turismo de las Flores.

Un teléfono, un museo

Sobre este pequeño mundo flota todo el tiempo el recuerdo del trío literario que dominaba aquellos veranos pardenses.  Como en el almacén de César Lámaro, que durante mucho tiempo tuvo el único teléfono del pueblo, un aparato “a manija” con el que se pedía la llamada a la operadora para larga distancia, que solía usar Borges para comunicarse con Buenos Aires. Lámaro contó hace años que “mientras esperaba Borges me preguntaba cómo era mi vida, cómo era vivir en el campo, nuestras costumbres”, mientras conversaban los tres con Adolfito y tomaban café.

Pardo tiene, por supuesto, su Museo Adolfo Bioy Casares. Allí se exhiben, entre otros objetos preciosos, la máquina de escribir donde ABC tipeó “La invención de Morel”, publicada el mismo año de su boda y escrita, en su mayor parte, en el pueblo.  El museo se encuentra en la vieja estación del ferrocarril; enfrente se levanta el hotel boutique Casa Bioy, con pisos de pinotea, altos techos y una sala de estar con una gran biblioteca. Como el Paraíso que imaginaba Borges.

La invención de Bioy Casares

Antes de “La invención…”, Bioy Casares había publicado seis libros, hoy absolutamente inhallables, y parece que por una buena razón: eran sencillamente muy malos. Adolfito conoció a Borges y se propuso cambiar su escritura. Así, se encerró un largo período en “Rincón Viejo” -algunos hablan de tres años- y produjo una joya que, a decir de su amigo, tiene una trama de la que “no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta”.

En esa novela hay un hombre solo en una isla que deambula entre ruinas y construcciones vacías y que empieza a ver intermitentemente extrañas imágenes, entre las que se destaca la bella Faustine. Tal vez la soledad del protagonista, del que se desconoce su nombre y solo se lo menciona como “el fugitivo”, fue también la soledad de Bioy en el pueblo, en búsqueda de su propia voz.

Ocho décadas después, Pardo es Bioy: su alma y la del pueblo son indivisibles. Pocos lugares en Argentina han quedado tan identificados con un escritor. Se puede pensar, en todo caso, en General Villegas y Manuel Puig, o La Cumbre (Córdoba) y Manuel Mujica Láinez.  Pero el pueblo donde se ven las estrellas más lindas, donde uno se queda con “la mirada absorta en las constelaciones” -frase de “El calamar opta con su tinta”-, siempre será único para los amantes del trío Borges-Bioy Casares-Silvina Ocampo. Ellos peregrinan hasta el kilómetro 220 de la Ruta 3 para contemplar las pequeñas alhajas de su museo y fantasear, por un rato, con ver pasear a los tres escritores por las calles somnolientas. (DIB) MM

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