Santiago 2023: una oración sobre Sabrina Ameghino, la ganadora de diez medallas en Juegos Panamericanos

La deportista de Ensenada, de 43 años y en sus sextos Juegos, se colgó la medalla de bronce en el K4 500 femenino del canotaje.

Por Gastón M. Luppi (*), desde Concepción (Chile)

Sabrina Inés Ameghino, la abanderada de esta delegación argentina en los Juegos Panamericanos de Santiago; la palista de Ensenada; la hija de una familia de mujeres empoderadas de origen checoslovaco y, también, hija de una familia de tradicionalistas de “La Montonera”; “La Flacu”, a la que Inés le resultaba nombre de “vieja”; la bichera que bañaba -o baña-, secaba -o seca- y ponía -o pone- a resguardo ranas, sapos, escuerzos; la que desfilaba en galera o bailaba pericón vestida de época -prohibido decir “disfrazada”- y jugaba en el museo del abuelo; la mayor de cuatro “indias” -Leandra, Neda y Paula son las otras- que, por ser la mayor, se suponía debía comprender más que ninguna el ACV que sufrió Leila, su mamá, durante las vacaciones en la Costa; la mujer de 43 años que en la adolescencia tuvo que dejar el básquet por la dolencia de talón que la retorcía y la hacía llorar, y que persiste; la que no pudo hacer natación porque era caro; la que con sus tres hermanas un día de noviembre de 1994 fue al Club Regatas La Plata, en la Rural Falcon, a ver de qué se trataba el canotaje [algo que reemplazara al básquet y que permitiera la convivencia talón-deporte]; la pupila del “tío Dani” Méndez, el entrenador que soñaba con que él o alguno de los suyos llegara a un Juego Olímpico; la joven que a los 18 largó el querido Industrial para mudarse a “La Casa del Palista”, en Tigre; la que de inmediato abandonó “La Casa del Palista” y tuvieron que ir a buscar a la estación de trenes porque no estaba dispuesta a soportar malos tratos; la que, sin embargo, debió convivir con los “Dale, gorda, remá. Mostrá las tetas, para acá y para allá” de los entrenadores de la época, siempre a la sombra de los hombres; la que en 1999 tuvo sus primeros Juegos Panamericanos -sí, hace 24 años-, en los que les fue horrible, aunque eso le alimentó las ganas de dedicarse de lleno al canotaje; la que ganó unos mangos en España durante la gira del Sella, la que dice que no repetirá la regata del río Negro y la que vivió una experiencia inolvidable con su hermana ‘Lea’ en La Charqueada uruguaya, donde casi se ahoga su futura pareja; la que en sus segundos Juegos Panamericanos, Santo Domingo 2003, ganó sus primeras medallas -una de ellas, bronce en el K4 500, hace veinte años-; a la que en 2004 no le importó resignar sus chances de ir a los Juegos Olímpicos de Atenas porque la anemia era un embarazo en curso; la mamá de Vera, hoy de 19 años, que nació una horrible noche de tormenta, con ella sola en su casa y un parto que se complicó; la madre que sorprendió a toda la familia; la estudiante de Relaciones Públicas, echada del Club Regatas y con una pareja que dejó de funcionar; la piba que se iba apagando; la casi treintañera que cayó con su CV al humildísimo Club Náutico de Berisso, que ni canotaje tenía; la que se fue enganchando -reenganchando- con las clases en la escuela y que, casi de favor al club, volvió a competir y enseguida regresó a la Selección; la que en Guadalajara 2011 tuvo sus terceros Juegos Panamericanos: ganó un par de medallas y una de ellas de plata, que, sin embargo, dejó el sinsabor de una clasificación olímpica que se escurrió; la que finalmente obtuvo su plaza individual para Londres 2012, el sueño y logro máximo de todo deportista; a la que sin embargo, aún hoy, no le queda claro por qué esa plaza se terminó yendo para otro lado; a la que, al igual que después de la separación, fue la madre la que la empujó para que vuelva a remar, para que no deje; la que con una húngara, una joven bajada de un crucero y una niña -ninguna otra deportista- se cruzó con un entrenador que quería meter el K4 en Río 2016; la que tuvo sus cuartos Juegos Panamericanos en Toronto 2015, con tres medallas más para la cosecha; la que sufrió un golpazo a la vuelta de su casa, puntos de sutura [sin anestesia, obvio; si ni siquiera toma una aspirina ni suplementos] y viajó a Europa con férula y pata inmovilizada, en busca de la clasificación olímpica [los puntos se los sacó una compañera, de hermana médica]; la que se clasificó a Río 2016 en el Idroscalo de Milan, con festejo en el agua ante un público desorientado que no entendía por qué se festejaba tanto uno de los últimos puestos -era un mano a mano con Canadá-; la que en aquellos días de 2015, en Italia, estuvo por última vez junto a sus tres hermanas, además de “Veri”; la que en Río 2016 cumplió un sueño con el K4 y de regalo de cumpleaños recibió la posibilidad de competir individualmente; la que volvió a postergar el retiro: si la experiencia estuvo espectacular, por qué no intentar repetirla, coincidieron madre e hija; la que en el horizonte, todavía lejano, tenía los Juegos Panamericanos de Lima 2019, aunque en el medio un entrenador le advirtió de que el techo ya estaba alcanzado; a la que Vera por Whatsapp le escribió “el techo te lo ponés vos”, y esa frase resonó fuerte en cada palada que la llevó a su primera medalla de oro en Juegos Panamericanos; a la que las rivales de aquella final le pidieron sacarse foto con ella; la que semanas después sufrió un cachetazo en el Mundial, todo en medio de la organización a distancia -en equipo- del cumpleaños de 15 de Vera -los vestidos, la música de los videos, las mesas de dulces…-; la que, ilusionada con Tokio 2020, tuvo una excelente pretemporada, antes de la pandemia que complicó todo: largo encierro, gimnasio improvisado con la ayuda de Eduardo, su padre, el ruido ensordecedor del ergómetro en el garaje y una bajada al agua que se postergó más de la cuenta; la que dio covid positivo, covid negativo, covid positivo… sin síntomas y con la sospecha de que nunca se contagió, pero que así y todo se perdió el primer concentrado del seleccionado en pandemia; la que por fin volvió al agua, pero aquella deportista que se bajó del bote en marzo de 2020 ya no regresó; la que con Juegos Olímpicos postergados y clasificatorios en un limbo, afrontó finalmente una definición de plaza mano a mano con una de sus compañeras que, en buena ley pero por nada, le ganó el pasaporte a Tokio; la que para no dejar en banda al bote de equipo siguió, aunque las largas concentraciones -el proceso- se tornaron cuesta arriba y desatender la Escuela Municipal de Canotaje en el Club Náutico de Ensenada le generan un terrible sentimiento de falta; a la que intentar ganar una décima medalla panamericana le dio un poco de fuerzas para seguir, sumado que en el medio ganó el oro en los Juegos Suramericanos de Asunción 2022 [veinte años después de sus primeros Suramericanos] en un bote compartido con una de sus exalumnas en el Náutico de Berisso: su prima “Luli”; a la que los entrenamientos y concentraciones la consumieron y se le tornó necesario quedarse más tiempo en casa, en familia; la que pagó el precio de esa decisión: un mal selectivo y por primera vez fuera de la selección; la que empezó a soltar, o a la que el canotaje la soltaba; la que ya no tenía las mejores sensaciones, al contrario, las sensaciones eran malas; a la que la selección le compartió el plan de entrenamiento, sí, pero la que debía organizarse sola, en Ensenada, con la ayuda del equipo que “ad honorem” [nutricionista y preparador físico, entre otros] siente “orgullo” de trabajar con ella; la que en el pos Selección se encontraba con trabas burocráticas en el acá y en el allá que dilataban -impedían- el soltar; y a la que se le “alinearon los planetas”, a la que se le dieron las cosas que se le tenían que dar, y no se le dieron las que no se le tenían que dar; la que volvió al bote de equipo, con su prima, además fue elegida por sus pares abanderada de la delegación, pero que en Chile no pudo contar con el acompañamiento de sus padres, hija, novio y entrenador de toda la vida, quienes se quedaron varados por el cierre del paso fronterizo… el viernes ganó su décima medalla panamericana. (DIB) GML

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(*) Gastón M. Luppi, prosecretario de Redacción de la Agencia DIB, trabaja desde hace dos años junto al periodista platense Pedro Garay en una investigación sobre Sabrina Ameghino.

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