Un “castillo” levantado en el paraje Zubiaurre y un amor que nunca llegó

Cuenta la leyenda bonaerense que en un pequeño paraje de Coronel Dorrego, un inmigrante hizo un palacio para su enamorada. Pero todo terminó mal.

Zubiaurre es un paraje rural bonaerense del partido de Coronel Dorrego. Fue una pequeña estación del ramal perteneciente al Ferrocarril General Roca, pero que obviamente ya hace décadas no presta servicios.

Al cierre de la estación en 1961 se sumó más tarde la baja de las persianas de la sucursal de la cooperativa y, por último, la Escuela Nº 14. Eso fue condenando el futuro del lugar, que poco a poco vio migrar a sus habitantes. De hecho, en 2010 fue censado como población rural dispersa. Ya casi sin almas, pero con una leyenda que aún sus ex pobladores recuerdan y relatan.

Cuenta la historia que hacia 1901, Abelardo Ayerbe llegó desde el País vasco a la zona de Dorrego en busca, como muchos inmigrantes, de un futuro mejor. De pocas palabras, muy trabajador, comenzó a arrendar campos y en 1922 compró junto a su hermano alrededor de 230 hectáreas a Benjamín Zubiaurre, el principal terrateniente por ese entonces. Estaban en una gran ubicación, a pocas cuadras de la estación de trenes. 

Allí empezó a levantar una construcción que, para la época, desentonaba con todas las viviendas de esa zona poco poblada. El “castillo”, como se lo conocía, contaba hasta con materiales traídos desde su España natal. La casa tenía cuatro dormitorios, vestíbulo, escritorio, piezas de servicio, cocina, despensa, dos grandes sótanos y hasta lujosas estatuas, entre otras características.

El último ladrillo se colocó allá por 1925, y es ahí donde entra en juego una leyenda que corrió año tras año de boca en boca. Se cuenta que Ayerbe había dejado a su amada en España, y que ella le había prometido viajar al país cuando el palacio esté terminado. El hombre cumplió y fue a buscarla. Habían pasado 24 años, y obviamente su novia, ya no lo era. Era una señora que, tal vez no lo había olvidado, pero sí se había casado con otro hombre. Ni las promesas de una vida mejor la convenció.

Siempre de acuerdo a lo que se cuenta en esos pagos bonaerenses, Ayerbe regresó a Zubiaurre solo, y al llegar y ver la inmensidad de la mansión arremetió contra las estatuas. Fue una noche de furia, dicen algunos. Aunque otros vecinos, relatan otra historia.

De hecho, esa historia está reflejada en el libro “Amores Inmigrantes” de Diana Arias. Allí se cuenta que la mujer de la historia no era española, sino que el “castillo” era para Enriqueta, una mujer de la cercana localidad de Oriente, de la que se había enamorado perdidamente y el amor no había sido correspondido.

La mujer, que se casó y enviudó tres veces, supo conquistar espacios en la sociedad local, integrando comisiones que eran habitual de hombres; sabía conducir automóvil, negociaba préstamos, expresaba opiniones de política nacional. Todas acciones que llamaban la atención en la época y enamoraba a más de uno. Fue allí donde apuntó don Abelardo, hasta le hizo una estatua en la estancia. Pero nada, el amor nunca golpeó la puerta del palacio.  

Tiempo después, en los años 50, los hermanos Ayerbe decidieron vender la propiedad a la familia Thomas, cuyos integrantes eran arrendatarios de parte de sus campos. Ya en ese momento el castillo estaba bastante venido a menos. Hoy, 100 años después, de su esplendor sólo quedan ventanales con vidrios rotos, pisos destruidos, escaleras carcomidas por el agua y dos leyendas donde el amor no siempre gana. (DIB) FD

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