Carmen de Patagones, la guardiana del pasado

La ciudad bonaerense fundada en 1779 refleja su pasado en los museos, en la arquitectura y las tradiciones.

A Carmen de Patagones y Viedma las separa, y las une, el río Negro, el de tercer mayor caudal del país. Como si fuesen hermanas separadas al nacer, las ciudades trabajan desde hace tiempo en conjunto para atraer a los viajeros que pasan por allí, aprovechando esta puerta a la Patagonia. Circuitos integrados para visitar atractivos históricos y religiosos, junto a una rica y variada gastronomía hacen que los turistas que están de paso, vuelvan para conocer estas latitudes con más tiempo.

Del lado bonaerense del río, Patagones es la guardiana del pasado y lo refleja en los museos, en la arquitectura y las tradiciones. Del lado rionegrino, Viedma, la pujante capital de la provincia y que en 1987 había sido elegida para “reemplazar” a Buenos Aires, es una localidad bien cuidada y siempre lista para renovarse.

Los recorridos por el casco histórico de Carmen de Patagones, el museo de la Prefectura Naval y las Cuevas Maragatas, son sus principales atractivos en temporada baja, junto al Cerro de la Caballada, las termas, estancias y la Bahía San Blas. El municipio más austral y extenso de la provincia cuenta, además, con una gran diversidad de atractivos culturales y naturales, entre los que se destacan los ríos Negro y Colorado y sus 160 kilómetros de costa frente al océano Atlántico.

Los colores de Patagones, una ciudad con mucha tradición. (Turismo de Patagones)

Su fundación fue en 1779 en lo que era un pleno territorio tehuelche, y cien años después pasó a ser el principal punto de conexión entre Buenos Aires y el norte de la Patagonia, como puerto de partida de lanas y cueros que le dieron estabilidad y prosperidad económica durante un largo período. Pero fue la llegada del ferrocarril, en la década del 20, quien firmó el acta de defunción y en mayo  de 1943 partió el último barco mercante, el Patagonia, del muelle de Mihanovich. Hoy día el muelle es un paseo agradable que ofrece las mejores vistas sobre el río y sobre Viedma, con Patagones al fondo.

La antigua ciudad de estilo colonial atesora un rico patrimonio arquitectónico que se refleja en sus 24 manzanas que conforman el sector histórico, de configuración irregular y repartidas sobre la barranca del río. Entre calles zigzagueantes se puede ingresar a ranchos que datan de 1820 y a las cuevas hogares de fines de siglo XVIII.

El circuito a pie es para andar sin apuro demanda otras paradas insoslayables entre los límites del Casco Histórico: el pasaje San José de Mayo -demanda cierto esfuerzo para trepar una escalinata algo empinada-, los ranchos Rial (que fuera casa del primer juez de paz local) y La Carlota, la Casa de la Cultura y la Torre del Fuerte, atalaya y campanario del primitivo fuerte, levantado en 1780 y demolido después de la campaña de Roca. También el recorrido permite apreciar los testimonios más representativos de la historia de la región, entre ellos la Iglesia Parroquial Nuestra Señora del Carmen, muy bonita en su interior, y con fantástica iluminación nocturna. Declarada Monumento Histórico Nacional, fue el primer centro Salesiano de la ciudad y del sur argentino.

Su fundación fue en 1779 en lo que era un pleno territorio tehuelche. (Turismo de Patagones)

Más lejos, los pobladores maragatos –nombre que viene de un grupo de pobladores oriundos de La Maragatería, de la provincia española de León– y sus vecinos de Viedma mantienen el saludable hábito de compartir saludos y charlas sobre el cerro La Caballada, escenario de una batalla librada en 1827 por la población local contra la poderosa flota imperial de Brasil. Por aquel entonces, Carmen de Patagones era refugio de corsarios que complicaban el comercio imperial brasileño: el plan del vecino Brasil era entonces tomar la ciudad y terminar con los ataques, para de paso atacar a Buenos Aires por el sur.

Sin embargo, las cosas no saldrían tal como lo habían planeado y las fuerzas brasileñas fueron derrotadas por las tropas locales en parte debido a su escaso conocimiento del terreno, el intenso calor, el desierto y por la ayuda de varios combatientes negros que habían llegado a la zona. Desde el cerro La Caballada, el sol ilumina las dos mitades de esta comarca siempre sosegada y regala una vista increíble. (DIB)

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