Hebe Uhart: el don de extrañarse de lo cotidiano y volverlo trascendental

Se la considera “uno de los secretos mejor guardados de la literatura”. Como muchas escritoras, no obtuvo el reconocimiento merecido en su tiempo. Nació en Moreno en 1936, fue maestra rural y docente universitaria. Supo encontrar, como pocos, la singularidad en escenas ordinarias y transformarlo en oro literario.

La escritora Hebe Uhart, nacida en Moreno en 1936.

Por Marien Chaluf, de la redacción de DIB

“Yo nací para mirar lo que pocos pueden ver”, canta Charly García en Cinema Verité, un clásico de Serú Girán, en el que precisamente se hace mención a ese estilo cinematográfico: el que busca capturar, con autenticidad y de manera espontánea, la verdad de la vida humana en sus escenas cotidianas. Eso mismo que en la literatura Hebe Uhart supo hacer como nadie.

Nació en Moreno en 1936 cuando ese distrito del segundo cordón del conurbano aún era un pueblo grande. “Ni campesina ni urbana. Soy suburbana”, se describía. A los 17 años se convirtió en maestra rural, una profesión que amó y que le gustaba presumir por encima de la de escritora. Estudió Filosofía y también ejerció como docente universitaria. Dio talleres literarios e inspiró a muchos. Sus alumnos la adoraban. 

Hebe Uhart tenía fascinación por los modismos locales y las escenas simples y cotidianas. “Su forma de ver provocaba su forma de escribir”, dice Mariana Enríquez, quien prologó “Crónicas completas”, que reúne sus cinco libros sobre ese género –Viajera crónica (2011), Visto y oído (2012), De la Patagonia a México (2015), De aquí para allá (2016) y Animales (2017) –, un libro editado bajo el sello Adriana Hidalgo, que ya había publicado Novelas completas (2018) y los Cuentos completos (2019).

“Sus cuentos tienen protagonistas poco comunes en la literatura argentina: una maestra en un colegio autoritario, una tía demente que habla con las personas que ve en la televisión y baldea las paredes de la casa, dejándola perpetuamente húmedas; un viaje de fin de curso en el que no pasa nada, como suele suceder; una visita a la peluquería donde se habla de los Esteros del Iberá”, afirma Enríquez en una nota publicada en el diario Página 12.

“Siempre el rescate de las voces a las que nadie les presta atención pero sin pomposidad, porque si algo no quería hacer Hebe Uhart era caer en el lugar común de dar voz a los sin voz y otros slogans que ella consideraría estupideces. Lo que le interesaba era observar y recordar. Estaba fascinada por el lenguaje y la memoria. Por cómo hablaba la gente y qué decía de su historia en ese hablar”, continúa.

Haroldo Conti también capturó la esencia del estilo literario de Uhart en el prólogo de uno de los primeros libros de cuentos publicado por la narradora: El gato tuvo la culpa. “Su escritura es tan simple que por momentos parece infantil. Pero de simpleza en simpleza uno penetra en honduras y laberintos donde sólo puede avanzar si se participa de la magia de ese nuevo mundo. (…) Ni aclara ni completa una realidad conocida. Revela o, mejor dicho, ella misma es una realidad única, distinta”.

Durante su juventud, Hebe Uhart publicó varios libros en editoriales pequeñas y Rodolfo Fogwill llegó a describirla como “la mejor narradora argentina”. Pero si bien contaba con el reconocimiento de algunos pesos pesados del mundillo literario, la popularidad tardó en llegar. No fue hasta 2010, con la publicación de distintos compilados de su obra, como sus Relatos reunidos, que consiguió una atención más masiva.​​

Luego llegaron también traducciones y distinciones, como el Premio Fundación El Libro al Mejor Libro Argentino de Creación Literaria (2011), Premio Konex al Mérito (2014) y Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, que obtuvo por el Estado de Chile a la trayectoria literaria (2017).​

Hebe Uhart cuenta que, en la niñez, escribía cuando estaba aburrida. En su casa de la infancia no había libros y nadie fomentó su desarrollo literario, aunque su madre sí era una gran contadora de historias. “Todo arte es el arte de escuchar. Cuanto más miro, más salgo de mi prejuicio. Es difícil mirar lo real sin postergar el juicio, pero para escribir es necesario hacerlo”, decía.

Las crónicas de viaje

Uhart ejercitaba, además, la extrañeza y curiosidad en sus viajes, experiencias que luego volcaba en formato de crónicas. Sin colocarse en el centro de la escena, aparecía más bien como una observadora silenciosa, que buscaba capturar lo auténtico y espontáneo.

“Por supuesto, no tenía interés alguno por los grandes espacios, sino más bien por los pueblos chicos y las ciudades abarcables. Bajo su mirada, un pueblo de la provincia de Buenos Aires como Roque Pérez parece un lugar rarísimo”, afirma Mariana Enríquez.

“De repente, descubro visiones distintas a través del lenguaje que la gente plantea. Voy viendo particularidades locales, voy viendo lenguajes. Se amplía el panorama de lo que es América Latina, la comprensión de las personas. También lo he hecho leyendo, que es otra forma de viajar”, describía la propia Uhart en una entrevista a La Nación en 2017, un año antes de su muerte.

De su vida personal se sabe poco. No se casó, tampoco tuvo hijos. La docencia fue la fuente de sus principales vínculos, y la acompañó desde muy joven hasta el final de sus días, cuando continuaba brindando talleres en su casa de Almagro. Sus experiencias como maestra rural quedaron registradas y en 2015 se adaptó una obra de teatro ¿Cómo vuelvo?, dirigida por Diego Lerman, basada en textos suyos sobre la experiencia. También enseñó filosofía durante veinte años en la Universidad de Lomas de Zamora.

Hebe Uhart siguió escribiendo hasta pocos días antes de su muerte. Durante una larga internación escribió un texto que retrata la vida hospitalaria y el final de los días sin dramatismos, con sutileza y humor.

“Mucho tiempo uno pasa allí esperando. Que venga la comida, que venga la visita, que pase la hora, uno mira por décima vez la hora en el celular. Todo gira alrededor de un mundo limitado, repetido, de corto alcance. Me hace acordar ese mundo al de la sibila Cumana y el brujo Titonio, parece que pidieron a los dioses larga vida pero se olvidaron de pedir eterna juventud. Entonces cada uno da vueltas cortas alrededor de sí mismos, haciendo siempre las mismas pavadas”, dice en uno de los párrafos de ese escrito fechado en agosto de 2018.

Murió dos meses después, el 11 de octubre, a los 81 años. Desde entonces, los reconocimientos siguieron. Sus libros se agotan y deben ser reeditados. Un concurso literario organizado por la Provincia de Buenos Aires lleva su nombre. En 2021, el Concejo Deliberante de Moreno la declaró “ciudadana ilustre post mortem” y el complejo bibliotecario que alberga tres bibliotecas municipales lleva su nombre.

“El trabajo del escritor es entrenarse para escuchar a los demás y mirar. Es un mirón que está entrenado sobre todo con el lenguaje”, decía la propia Uhart. “El trabajo de un escritor es consigo mismo. ¿Quién le va a enseñar a mirar? Yo miro unas cosas; el otro, diferentes. Hay que confiar en lo que uno mira. Sostener lo que se quiere contar. Ahí está la valentía (…) Ver mundos en todo”. (DIB) MCH

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí