Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB
Hace no demasiado tiempo atrás, los límites de la provincia de Buenos Aires eran mucho más reducidos. A mediados del siglo XIX el hombre europeo había logrado avanzar sobre una parte del territorio y el resto era ocupado por pueblos originarios. En las fronteras entre ambas civilizaciones había establecimientos militares: algunos eran cuarteles, asentamientos de regimientos, llamados fuertes, mientras que otros eran sobre todo puestos de avanzada y de vigilancia contra el malón, los denominados fortines. Sobre estas líneas de frontera surgieron importantes ciudades bonaerenses, mientras que algunos de los fortines todavía sobreviven (o al menos sus reconstrucciones) y hoy en día pueden visitarse.
Según describe el Museo Roca en su página web, en 1876 Adolfo Alsina, por entonces ministro de Guerra, decidió establecer una serie de comandancias militares que estaban unidas por fortines ubicados a una legua (unos cinco kilómetros) uno de otro. A su vez, estos territorios iban a estar defendidos por un extenso foso al que se terminó llamando la Zanja de Alsina. Estas comandancias dieron pie a varias ciudades muy importantes como Trenque Lauquen, Carhué, Guaminí y Puan, conectadas actualmente por la Ruta Nacional 33.
La vida cotidiana
¿Cómo era el día a día en estos lugares? Los fuertes eran mucho más grandes que los fortines y constituían el asiento de un regimiento. Tenían unos 150 metros de lado, un foso y parapeto. Adentro había un edificio para el comando y un alojamiento para dormir, además de depósito, polvorín y hospital y, por supuesto, un mangrullo para anticipar la llegada de quienes se acercaban, fueran “indios” o “cristianos”.
La vida en el fortín era mucho más dura. Los soldados vivían en ranchos “de quincha” y estaban conformados por una trama de paja, totora o junco cosida sobre un armazón de cañas o ramas. Allí, los soldados alegaban pasar largas penurias por el frío y el hambre. Eso sí: la línea de fortines estaba comunicada hasta Puan por el telégrafo.
Desde el siglo XVIII
Después de la llamada “Conquista del Desierto” de las décadas de 1870 y 1880, las fronteras de la provincia de Buenos Aires y de la Argentina se movieron hacia el interior, sobre el territorio “ganado” a los pueblos originarios. La cuestión es que los fuertes y fortines dejaron de tener relevancia militar y fueron abandonados. Así y todo, varias de estas instalaciones, o al menos sus reconstrucciones, han llegado hasta nuestros días y el viajero curioso puede visitarlas y complementar así la información que puede obtener en museos como el Histórico Regional Luis Scalese de Trenque Lauquen, el Ignacio Balvidares de Puan o el Regional Adolfo Alsina de Carhué.
En Navarro, mucho más cerca de Buenos Aires que las ciudades antes mencionadas, se ubica una réplica del Fortín San Lorenzo. El original era anterior incluso a la creación del Virreynato del Río de La Plata, ya que databa de 1767.
Se había construido por pedido del comandante Juan Antonio Marín. Al parecer, por una sequía persistente el ganado de la zona se alejaba y se acercaba a la laguna de Navarro para tomar agua y entonces quedaba a merced de los indios. Por ese motivo, se decidió crear la Guardia de San Lorenzo.
La construcción original estaba ubicada donde hoy se encuentra el jardín maternal de la municipalidad, en un lugar señalado por un monolito. A varias cuadras de allí se levantó una réplica en base a la documentación obrante en archivos oficiales. Se puede visitar los fines de semana entre las 10 y las 18 y a las cuatro de la tarde se ofrece una visita guiada.
En tanto, el fuerte llamado “Nuestra Señora del Pilar de los Ranchos” se construyó en 1781 en proximidades de la laguna homónima. Las tierras de la región fueron pobladas por los integrantes de una compañía de Blandengues (caballería de frontera) y un conjunto de familias asturianas. El de Ranchos fue uno de los últimos en integrar ese cordón de fortificaciones, un punto intermedio entre los ya creados entre Chascomús y Monte.
La réplica de Nuestra Señora del Pilar, que puede visitarse hoy en día, fue inaugurada el 11 de noviembre de 1967.
Hacia el sur
Si el viajero posa la mirada en el mapa mucho más al sudoeste, se encuentra con la localidad de Saldungaray, en el partido de Tornquist. Allí se halla otra réplica, la del Fortín Pavón.
La construcción original databa de 1862 y fue ideada por Bartolomé Mitre para “proteger a los hacendados que se iban instalando sobre las márgenes del río Sauce Grande”, según reza un cartel puesto por la municipalidad.
En su interior se encuentran ocho ranchos hechos a la usanza de la época: comandancia, guardia y cinco cuadras de tropa.
Su emplazamiento original estaba en la banda occidental del río, donde actualmente se encuentra el pueblo. Fue declarado Lugar Histórico Nacional en 1980, y el fortín fue reconstruido como sitio turístico en 1997.
Mientras que en 1833, hace casi dos siglos, una expedición liderada por el brigadier general Juan Manuel de Rosas llegó a la zona de Mercedes, una localidad situada al margen del río Colorado, al sur de la actual provincia de Buenos Aires. La intención era tomar posesión de la isla de Choele Choel, lugar de asentamiento del cacique Chocorí. Los expedicionarios construyeron un cuartel al que llamaron como el río, “Fortín Colorado”. Años más tarde, este cuartel se trasladó unas leguas al lugar donde actualmente se encuentra emplazada la localidad de Fortín Mercedes. El cambio de nombre, de Fortín Colorado a Fortín Mercedes, se dio en 1875.
En 1966 fue reconstruido por el Ejército Argentino y se encuentra muy cerca de la Ruta Nacional 3, en el llamado complejo salesiano. Allí también se puede visitar el Santuario María Auxiliadora, el Museo Regional y una santería.
Pasear por las réplicas de estos fortines es una buena oportunidad para soñar con un pasado en el que las fronteras bonaerenses eran tan lejanas y misteriosas como las que hoy en día nos separan del espacio exterior. Vale la pena darse una vuelta. (DIB) MM