Un amor fugaz, el jugo envenenado y una muerte que pudo haber sido escrita por Manuel Puig

En 1995 Gladys Leal se casó con Virginio Battistino. Ella tenía 25 y él cuarenta años más. Un mes después, el jubilado apareció muerto. Había sido envenenado con una alta dosis de estricnina.

Por Fernando Delaiti, de la Agencia DIB

“Aquello es de miedo; es la ausencia total de paisaje. Es una planicie, el horizonte es una recta perfecta. Y no crece nada que no sea el pasto para alimentar el ganado. Si quieres algo de plantas, debes regarlo. Todo está lejos. La persona que nace y se muere ahí, no ha visto nada, nada más que lo que le dan en el cine”, contaba el escritor argentino Manuel Puig sobre ese General Villegas de su niñez. 

“Porque además de esa naturaleza, el clima humano era también muy especial, muy duro”, agregaba el autor de “Boquitas Pintadas” y “La traición de Rita Hayworth” en una entrevista en 1977 con el español Joaquín Soler Serrano sobre esa localidad bonaerense, que en sus primeras novelas supo mencionar como Coronel Vallejos. Allí, entre una mezcla perfecta de ficción con realidad, reflejaba los sentimientos que tuvo con el pueblo: rencor, hostilidad y amor. Pero también el escritor habló de personajes infieles, que traicionaban, que morían.

Aunque la historia de Gladys Beatriz Leal y Virginio Juan Battistino pasó cinco años después de la muerte de Puig, lo cierto es que a muchos vecinos de Villegas le recordó la narrativa del escritor. Tuvo todos los condimentos previos, como amor y traición, y también un final trágico, con una muerte y una condena a “reclusión perpetua”. 

Cuenta la historia que Gladys llegó a la localidad del noroeste bonaerense desde Junín con 25 años y dos hijas. Vivió un tiempo con su hermana, Ana María, hasta que por intermedio de ella conoció a Virginio, un jubilado de 65 años que le alquiló una habitación en su casa. Para él fue un flechazo, y no dudó en proponerle casamiento. Ella, simplemente aceptó. Corría el primer semestre de 1995.

Nadie veía bien esa relación, ni familia ni vecinos. Como en todo pueblo, a Gladys la señalaban como “trepadora”, que estaba con el solitario hombre solo por su buen pasar económico. Pero ellos dieron el “sí”, más allá que por esos días entraba en juego un amante de la joven. “Él sabía lo de Ricardo, y lo aceptaba, ya que por su edad no podíamos tener sexo”, contó años después de su condena Gladys en una entrevista en el programa “Historias del crimen”, de Darío Villarruel y Ricardo Ragendorfer. La Justicia, claro está, no creyó esa mentira.

El trágico desenlace  

Una tarde de principios de junio de 1995, Gladys dejó lista la cena porque iba a salir un momento y preparó un jugo de naranja exprimido. Le dijo a su esposo que lo tomara, que dentro había disuelto un remedio para combatir su tos. Llevó a sus hijas a la casa de Ana María pese a que en un momento su esposo le aseguraba que se sentía descompuesto y con dolor en el pecho. Le dio más jugo, cerró la puerta y espió por la ventana a ver qué hacía Virginio.  

Luego de un rato regresó, calentó la comida y volvió a salir. Esta vez se iba con Ricardo a un baile del pueblo. Antes, eso sí, miró por la ventana para ver si el jubilado seguía sentado frente al plato o no.

De acuerdo con lo que relató después, ella no durmió en su casa y cuando regresó por la mañana encontró a Virginio tirado cerca del baño, con una mezcla de espuma y baba que salía de su boca. El médico que llegó al hogar no dudó en poner en el certificado que la muerte fue por un paro cardíaco.

Había pasado un poco más de un mes del “sí” del casamiento y ahora Virgilio estaba en un cajón, rodeado de familiares que le daban el último adiós pero que desconfiaban de todo.

Las sospechas se acrecentaron luego que ella no solo arrancara con los trámites de sucesión antes de llevarle flores al cementerio, sino que su amante empezó a frecuentar la casa de la tragedia. Y hasta, según contó algún familiar, vendió rápidamente las alianzas de casamiento.

En algo más de un mes que duró el matrimonio, Gladys tuvo tiempo para trazar diferentes caminos para eliminar a Virginio. Le supo proponer a un hombre de apellido Huenante que a cambio de una suma de dinero fuera a la vivienda y desmayara de una trompada a su esposo para que luego ella lo tire a un aljibe.

También le pidió veneno a un pariente que era peón en un campo. Tras recibir un “no”, ella fue hasta la farmacia y compró estricnina a nombre de Susana Traverso, una forma de evitar, tal vez pensó, dejar un rastro.

La investigación del fiscal, sumado al testimonio de Ana María, terminó de hacer caer el plan de la mujer. Contó que su hermana le confesó que le había dado un “remedio” en el jugo. La autopsia confirmó lo peor:  el jubilado murió por una ingesta altísima de estricnina, la mayor dosis de envenenamiento registrado en la historia policial argentina.

La imputada esperó en la cárcel su juicio, que fue en noviembre de 1997. Allí los integrantes de un Tribunal Oral de Trenque Lauquen la condenaron a “reclusión perpetua” por el “homicidio agravado por el vínculo” y con “uso de veneno”.

Gladys pasó sus siguientes años en el penal de Bahía Blanca, asegurando que nada tenía que ver con el veneno encontrado en el cuerpo de su difunto marido. Pero como supo escribir el Tribunal de Casación al revisar el fallo, “a las personas no se las condena por mentirosas sino por culpables, y la imputada lo es”. (DIB) FD

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