Cinco cuchilladas, una venganza de barras y el olvido que llevó a dar con los asesinos

El 1° de mayo de 2000 un joven fue asesinado en una clínica de Sarandí. Se trató de una venganza entre barras por otro homicidio anterior. Cómo una bolsa de un minimercado fue la clave para identificarlos.

Era un lunes 1° de mayo y por eso el movimiento en las calles de Sarandí, en el partido de Avellaneda, era casi nulo. Además, el reloj ya rozaba la medianoche. Hasta la puerta de la Clínica y Sanatorio Eduardo Wilde llegaron tres hombres, bien vestidos y con una bolsita de minimercado con galletitas, agua y un jugo de naranja. Uno se quedó afuera; otro se mezcló entre los pacientes que se hacían atender en la guardia. Y el tercero se anunció ante una recepcionista. “Vengo a reemplazar la visita de Horacio Suárez”, dijo, y subió por la escalera hasta la habitación 31 del primer piso. Cuando dio los primeros pasos, su compañero que estaba sentado como esperando atención, se apuró a seguirlo. 

En la habitación 31 estaba Suárez, un adolescente que se reponía de una herida de bala en una de sus piernas. “¿Vos sos Horacio?”, preguntó uno de los hombres. Tras el escueto sí, pusieron en marcha la segunda parte del plan: la más sangrienta.  

Junto al joven de 16 años estaba su cuñado Carlos Fernández, a quien encerraron en el baño bajo amenaza de arma de fuego. También corrió la misma suerte una mujer que estaba en la habitación cuidando a otro paciente.  

Acto seguido, uno de los dos visitantes sacó un cuchillo y le aplicó a Suárez cinco puñaladas, dos en el pecho, una en la axila y otras dos en el cuello. Tras ese momento de tensión, el homicida junto a su cómplice se retiró, sin prisa y sin llamar la atención. Las cámaras no lograron registrar su movimiento y el único vigilador nocturno no estaba en su puesto. Recién apuraron la marcha una vez que ganaron la calle. Según testigos, corrieron por la Avenida Mitre en dirección a la localidad de Wilde.

Minutos después, el cuñado del joven salió al pasillo y a los gritos pidió ayuda. Si bien médicos y enfermeras de guardia corrieron a socorrerlo alertados por el vozarrón que retumbaba en la silenciosa clínica, no pudieron detener la hemorragia y reanimarlo. Suárez murió minutos después de aquellas cinco puñaladas.

Historia de violencia

Por esos días del año 2000 y tras los sucesivos hechos de violencia, la pelota se había detenido por un paro de futbolistas. Los jugadores se sentían amenazados, pedían policías hasta en los entrenamientos. Todo se desencadenó por la agresión de hinchas de Excursionistas que pusieron al borde de la muerte al jugador de Comunicaciones, Adrián Barrionuevo. Eran tiempos de “canchas picantes” y de mucha violencia entre fanáticos. Y el caso de Suárez, no escapaba a ello. 

El 6 de abril de 2000, unos 20 días antes del crimen en la clínica, el paciente de 16 años había sido derivado del Hospital Argerich, en donde lo intervinieron por una herida de bala en el fémur derecho, con fractura expuesta, por lo que le habían colocado clavos.

En ese momento, adujo que lo habían querido asaltar en el puente de La Boca y como consecuencia le dispararon. Su familia, tras hacer la denuncia, pidió la derivación a la clínica de Sarandí ya que la cobertura médica les permitía eso.

Desde un principio, la hipótesis más fuerte fue la de un ajuste de cuentas. “Está toda la familia amenazada. El año último, Horacio tuvo una pelea y, si no me equivoco, mató a un chico del otro grupo. Ahora lo vinieron a buscar a él, pero estamos todos amenazados”, relató la tía del joven horas después del hecho. Y allí dio una clave de lo que pasó. ¿Era un vuelto de un crimen anterior?

Al parecer, de acuerdo a las crónicas periodísticas de aquellos años, el asesinato era un capítulo más de la saga violenta que se vivía en Avellaneda, y que escondía una lucha por el poder dentro de la barra brava de Independiente. A Suárez le cobraron el crimen de Richard Moreira, quien trabajaba para el grupo liderado por Walter Linardi. De hecho, después de ese homicidio, el adolescente se había mudado cuatro veces por temor.  

El único error

Los asesinos de Suárez cumplieron su venganza con cierta prolijidad, y hasta limpiaron la hoja ensangrentada del cuchillo en una sábana. Si bien no fueron identificados por el cuñado de la víctima, se realizaron los identikits gracias a los testimonios de los testigos.

Sin embargo, cometieron un error. Se olvidaron en la habitación 31 del primer piso un paquete de galletitas y una bolsa del minimercado donde habían hecho las compras, que fue la clave para determinar sus identidades. 

A partir de allí, los investigadores lograron ubicar el comercio donde los visitantes habían comprado lo que, en teoría, era para el joven internado. La bolsa los llevó directamente a una estación de servicio y a las cámaras de seguridad que allí funcionaban. De esta manera, se cerraba el círculo de venganza entre barras, una disputa que se cobró más crímenes en nuestro país. (DIB) 

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