El domingo Macarena había visto en horas de la tarde un espectáculo donde unas amigas cantaban en un playón de la ciudad bonaerense de Chacabuco, a beneficio de una sociedad de fomento. Ya por la tarde de ese octubre de 2002, la vieron por última vez y a partir de allí se perdió el rastro. La nena no volvió a dormir a la casa del humilde barrio Parque Azul. Pero este hecho no llamó la atención de la madre, que tenía además otros ocho chicos. Pensó que como otras veces se había quedado en la casa de una amiga. Sin teléfono de línea para llamar, y con una tormenta que empezaba a ganar el cielo de la ciudad, la buscó un tiempo con vecinos, pero luego confió en que todo estaría bien.
Sin embargo, horas más tarde, ya en la mañana del lunes el horror invadió las calles de tierra y casas bajas del siempre olvidado barrio. El cuerpo de Macarena Vespasiano, de 11 años, apareció con signos de violación en un descampado, detrás de unos arbustos. Había sido asesinada entre la noche del domingo y la madrugada del lunes, y arrojada allí después.
Al principio, los vecinos apuntaron sus sospechas contra un hombre de 60 años, al que acusaban de acosar a menores en el barrio. Ese trabajador municipal fue demorado e incluso se allanó su casa, pero no encontraron nada que lo vincule al hecho.
Paralelamente en la escena donde apareció el cuerpo de Macarena los peritos buscaban pruebas que pudieron llevar al autor del crimen. Los vecinos rodeaban el lugar y no salían de su asombro. Entre ellos, había uno en particular, Darío Dubarry, que participó de una marcha para pedir justicia y hasta del funeral. El plomero de 25 años, que se mostró en el velorio con su mujer y su pequeña hija en brazos junto al cajón, no era otro que el asesino.
Los allanamientos
Mientras se realizaba la marcha para reclamar el rápido esclarecimiento del crimen y en medio de una ciudad conmovida por el hecho, un llamado a la Policía dio una pista sobre la posible participación de Dubarry. Los efectivos fueron hasta su domicilio, ubicado no muy lejos de la familia Vespasiano, y allí descubrieron pistas que lo relacionaban con un robo reciente. Había allí elementos que le habían robado al empleado municipal que estuvo demorado unas horas.
Ya detenido en Junín, mientras el médico legista lo revisaba, Dubarry se vio acorralado, aunque aún no había pruebas directas contra él, y contó lo que había hecho. Tal vez se dio cuenta que la muestra de sangre y de pelos que le sacaban, lo iba a incriminar. Quebrado, confesó que había abusado de la niña para después asfixiarla. Para esa altura, la Policía ya había entrado nuevamente a su casa para llevarse las sábanas y con ellas tratar de rastrear pistas sobre la violación.
“Yo la asesiné. Fue un impulso que no pude evitar”, le dijo Dubarry ya en horas de esa noche del 18 de octubre de 2002 al fiscal de la causa, Roberto Rodríguez. Su detención, que hasta el momento era por el robo de los elementos al vecino, ahora pasaba a efectivizarse por el cruel asesinato.
Ya en el juicio, a Dubarry lo condenaron a 25 años de prisión, pero los vericuetos de la Justicia hicieron que recuperara la libertad trece años después.
A todo esto, en 2011, la madre de Macarena falleció y sus hijos, todavía jóvenes y con el dolor de la pérdida siempre sobre sus espaldas, tuvieron que salir adelante. Y siempre que pueden participan de las marchas de “Ni una Menos” o contra la violencia para que el caso de su hermana diga presente.
Familiares de Macarena, que hoy tendría 32 años, han contado en diversas oportunidades que se han cruzado al asesino en la calle, y hasta una hermana denunció que el plomero le envió una solicitud de amistad a su perfil de Facebook que luego eliminó. Una provocación que, como dijo la mujer, no le generó miedo, sino “mucha bronca”. (DIB) FD