Necochea: el crimen brutal de la profesora en medio del bosque de pinos

Claudia Iraola fue asesinada en mayo de 2001. Su pareja la golpeó, la puso en el baúl del auto y lo prendió fuego. Fue condenado a 22 años de prisión.

Cada marcha del movimiento #NiUnaMenos por las calles de Necochea recuerda, entre otras mujeres, a Claudia Iraola. Pese a que su femicidio fue hace veinte años y esta figura fue incorporada a nuestra legislación a fines de 2012, su crimen conmovió a toda la comunidad, aún en tiempos en los que la violencia contra la mujer no tenía el análisis y el castigo actual. La profesora de arte de 37 años, muy querida en la comunidad, quería divorciarse y su marido, el productor agropecuario Marcelo Llinás se lo impidió, quitándole la vida de una manera atroz.

Iraola y Llinás discutieron en la madrugada del 8 de mayo de 2001. Los problemas de pareja ya no se podían ocultar. Fue allí cuando ella blanqueó su deseo de divorciarse. Él reaccionó con un golpe directo a la cara que dejó a la mujer, tras pegar contra un sillón, adormecida en el piso. Pero no la mató. Luego le tapó la nariz con una toalla y con un vestido. Cuando todavía la luna era testigo de la noche necochense, él la colocó en el baúl de su Renault 19 y arrancó hacia el bosque.

En el pasaje Pinolandia del tradicional Parque Miguel Lillo, el productor estacionó el auto patente CPS 340. Allí, en la inmensidad del lugar, prendió fuego el Renault 19 y escapó a pie, sin testigos que en ese momento pudieran advertir la maniobra criminal. Hasta ese momento, Claudia estaba viva.  

Según relató horas después el guardaparque Nelson Alvarado al diario La Nación, pasadas las 6 de la mañana escuchó un ruido que “sonó igual que un escopetazo en el monte”, y luego vio como una especie de resplandor entre los árboles. Mientras las explosiones seguían, llamó a los Bomberos y a la Policía. “Llegamos todos juntos a Pinolandia y nos encontramos con el auto ardiendo. Al apagarlo del todo vimos cómo quedaba el baúl medio abierto; al acercarse uno de los bomberos gritó que había un cuerpo adentro”, contó.

El cuerpo era de Claudia, la docente que desde hacía 14 años trabajaba en la Escuela de Educación Media N° 2 de la villa balnearia. Rápidamente los efectivos fueron a buscar al esposo a la casa, donde encontraron manchas de sangre que llamaron la atención. La consecuencia: Llinás fue detenido y, como suele pasar en muchos de estos casos, se negó a declarar, lo que lo puso en el ojo de la tormenta. Sin embargo, poco tiempo después confesó todo.  

El juicio condenatorio

En junio 2003, un poco más de dos años después del crimen, llegó el momento del juicio. No había dudas de la culpabilidad del productor de 41 años, aunque su defensa intentó atenuar la condena al asegurar que se había tratado de un homicidio “en estado de emoción violenta y preterintencional”, sin intención de matar.

De acuerdo a las pericias psicológicas que se conocieron en el juicio oral que despertó mucho interés en la ciudad y fue transmitido en directo por la televisión local, el condenado estaba obsesionado por la unidad familiar. No concebía vivir sin Claudia y sin su pequeña hija bajo el mismo techo. 

Llinás, ante el tribunal, declaró que su mujer había muerto con el golpe que le dio y que, al escuchar el llanto de su hija, la cubrió con una toalla y para no asustar a la nena, y metió a la esposa en el baúl del auto. Luego fue al bosque donde, según quedó confirmado en el fallo, prendió fuego el vehículo para “ocultar su accionar y borrar todas las huellas que lo pudieran incriminar”.  

Sin embargo, los jueces Alfredo Pablo Noel, Mario Juliano y Luciana Irigoyen Testa tuvieron diferencias sobre el monto de la pena. Noel votó por 25 años de prisión, pero el resto se inclinó por 22 años, a los que finalmente fue sentenciado. Basaron su justificación en los rasgos obsesivos y en su imposibilidad para “aceptar la disgregación del grupo familiar”. Es decir, actuó shockeado por el pedido de divorcio, y eso hizo atenuar la pena, algo que generó malestar entre la familia de la víctima.

A veinte años de aquel femicidio, cada 8 de mayo aparece el recuerdo de Claudia, cuyos sueños quedaron truncos en el parque Miguel Lillo, a pocos metros de donde apareció el vehículo vacío de la veterinaria Adriana Celihueta, otro triste misterio que esconde la ciudad. (DIB) FD

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