Hotel de lujo, playa de élite y un grupo de cazadores que no cazaba

Hace poco más de un siglo, la llegada del tren y algunos avatares de la historia hicieron que la localidad de Quequén viviera una Belle Époque de la que quedan anécdotas, documentos y algunos testigos arquitectónicos.

Por Ana C. Roche de la redacción de DIB

Imponente a pesar de la ligustrina que lo esconde, el viejo Hotel Balneario Victoria, hoy Apart Hotel Quequén e instalado en la memoria colectiva simplemente como Hotel Quequén, se destaca entre el verde por el color amarillo de su frente. Nacido en la última década del siglo XIX, acualmente funciona como un espacio de descanso en la apacible localidad bonaerense que lleva ese mismo nombre, haciendo honor también al río Quequén Grande, curso de agua que separa a esta villa balnearia y sede de uno de los puertos más importantes del país de la ciudad de Necochea, cabecera del distrito.

Así como actualmente pasa desapercibido para muchos turistas que visitan con frecuencia la zona en verano y a pesar de estar ubicado a pocos metros de la Avenida Almirante Brown y la calle 520, donde se emplaza el Monumento Gesta de Malvinas, cien años atrás el Hotel Balneario Victoria fue uno de los sitios del país que más veraneantes recibía, en el marco de una Belle Époque local de la que disfrutaron un puñado de familias de la élite porteña, dueñas de las tierras más prósperas de la provincia de Buenos Aires.

¿Qué impulsó a que esta ciudad que hoy vive anhelando autonomía fuera a fines del siglo XIX y principios del siglo XX un punto de referencia y de pujanza en materia turística y desarrollo inmobiliario?

“Toda la élite porteña poco antes de 1890 veraneaba principalmente en Colonia, Uruguay, porque ahí había plaza de toros, cancha de pelota paleta y ruleta, pero todo eso quebró en ese año”, cuenta a DIB el arquitecto y escritor necochense Néstor Jorge Freitas, especialista en la historia de la región, dejando en suspenso un dato anecdótico que está ligado a este suceso, que será develado al cierre de esta nota.

Ese crack económico suscitado en la bella Colonia del Sacramento, del otro lado del Río de la Plata, así como la llegada del tren a Quequén en 1892 y la nueva práctica social de descanso estival con baños de mar que se imponía entre las familias acaudaladas de Buenos Aires, hicieron que la historia de este poblado incipiente, nacido a la vera de un río y, heredando tal vez de él una historia de deriva, diera un vuelco inesperado.

“La llegada del tren fue de un gran impacto para la zona, se tardaba en llegar ocho días a Quequén desde Buenos Aires en diligencia o en barco y en el tren en 12 horas estabas”, explica Freitas, y apunta: “En 1890 hubo una gran crisis mundial que afectó a todos los países, de hecho en Argentina, la Revolución del Parque que dio raigambre al radicalismo surgió en ese contexto, y siempre las crisis hacen que se mire para adentro”.

Si bien el ferrocarril ya había arribado a Mar del Plata unos años antes, su desembarco en la zona hizo que las familias dueñas de las tierras cercanas a la costa de Quequén se interesaran en montar un negocio inmobiliario importante, que también ofreciera a esas familias que mantenían vínculos de amistad entre sí un espacio de hospedaje para el verano. Además, la tranquilidad y el atractivo del lugar -que aún se mantienen- ya generaban un encanto especial a los visitantes por aquellos años.

De este modo, en 1895, se inauguró oficialmente el Hotel Balneario Victoria, que ya funcionaba desde 1892 según algunos registros. Varias familias, con los Guerrico y los Carballido a la cabeza, por tener mayor influencia económica en la región, comenzaron a construir fastuosas casas alrededor del hotel y también sobre la costa del río, cerca del primer emplazamiento del puerto. 

Una publicación en conmemoración de los 100 años del hotel es fuente que da cuenta de este pasado de prosperidad que hoy se intuye en las ruinas de las mansiones que se yerguen en la ciudad. Quequén no prosperó en el tiempo como el balneario lujoso y exclusivo que se esperaba que fuera. No obstante, llegó a serlo durante un período de gracia muy breve. Freitas cita textual un pasaje del libro del centenario: “Quequén fue a principios del siglo XX un balneario selecto, tranquilo, elegido por las familias más tradicionales de Buenos Aires para la temporada estival. Las magníficas casonas edilicias que aún resisten el paso del tiempo son testigo de un pasado de esplendor consustanciado por la Belle Époque”.

Esta etapa de bonanza, acota el arquitecto y escritor, duró aproximadamente hasta mediados de 1920 y no es un hecho casual: la Gran Guerra reconfiguró las relaciones internacionales y transformó las condiciones de intercambio comercial entre los países, eventos macro de la historia que impactaron hasta en los territorios más pequeños y lejanos.

Luego, la pujanza de Mar del Plata y de la propia Necochea, hicieron que aquel encanto de Quequén no fuera el de las primeras décadas del siglo pasado y, lentamente, muchos de sus pobladores se fueron exiliando para encontrar mejores condiciones de vida en esas ciudades que ofrecían más posibilidades de progreso. Pero en la historia y en la memoria, aquella vieja Quequén del buen vivir de unos pocos, es aún marca y huella. 

Lujo y exclusividad

Los primeros dueños del Hotel Balneario Victoria fueron Juan Larraburu y Joaquín Arano y varios años estuvo administrado por José Cano. De acuerdo a documentos de la época, como afiches que guarda el Museo y Archivo Histórico Regional de Necochea, el hotel tenía capacidad para unas 300 personas. Principalmente, se alojaban familias que viajaban con su personal de servicio.

El albergue de veraneo ofrecía comodidades exclusivas para la época, como baños calientes con agua de mar, sala de masajes, un salón de té y otro de baile, donde se realizaban, por ejemplo, grandes fiestas de carnaval. Contaba también con una lechería propia, en la que se elaboraban quesos y productos lácteos de primera calidad

Además aseguraba una gama de servicios especiales para no perder conectividad con Buenos Aires, como estafeta de correo propia, un telégrafo de la provincia y destacamento policial.

Copas de cristal, cubiertos y ornamentos de plata, muebles de roble y veladores de opalina figuran en el inventario de los objetos sofisticados que había en el mítico Hotel Balneario.

De acuerdo a los afiches publicitarios de la época, ponía a disposición de los huéspedes coches y caballos para hacer paseos campestres por la zona. La salida directa a la playa daba también un espacio privado, “sano, seguro y sin bañistas” para que los niños pudieran disfrutar del mar.

El secreto del subsuelo

Volvemos a Colonia del Sacramento y a la crisis de 1890. La ciudad rioplatense se había quedado sin espacios de ocio para los turistas de la época: habían quebrado la plaza de toros, la cancha de pelota paleta y la ruleta.

Y acá aparece uno de los secretos mejor guardados literalmente “bajo tierra” del Hotel Balneario Victoria. “Historiadores lugareños como el cura loberense José Manuel Suárez García afirman que el ex Hotel Quequén cobijó en su sótano la primera ruleta que funcionó en el país, en forma clandestina, porque no estaba habilitada”, revela Freitas, y fundamenta este argumento citando documentos municipales de la época, que datan de julio de 1900. “El Honorable Concejo Deliberante (de Lobería, ya que Quequén aún era parte de ese distrito) resuelve que no da lugar a la solicitud de los señores Larraburu y Arana pidiendo la exoneración de impuestos a ciertos juegos establecidos en el hotel balneario de su propiedad”, expresa.

Pero la ruleta siguió girando en el subsuelo del mítico Hotel Balneario Victoria y, una anécdota que quedó registrada en el libro de su centenario que el arquitecto Freitas comparte, lo asevera: “Un grupo de hombres ‘habitués’ del hotel, todas las tardes se vestían con equipos de caza para ir a tirar unos tiros a los médanos. Un día salieron de caza y a las seis de la tarde se desató una gran tormenta eléctrica, con fuertes vientos, y al no tener noticias de este grupo de cazadores se desató el pánico en el hotel y sus familiares llamaron a la Policía. Poco tiempo después llegaron en perfectas condiciones y con sus ropas secas. Lo que sucedió fue que este grupo de hombres se disfrazaban de cazadores pero no salían del hotel, sino que se reunían en el sótano a jugar a la ruleta”.

Un apart para el descanso

A pesar de los avatares de la historia mundial y local el hotel siguió funcionando, pero nunca con el esplendor y el lujo de aquellas primeras décadas del siglo XX. Sólo permaneció cerrado entre 1980 y 1982, y en 1983 se reinauguró con una gran fiesta. Actualmente funciona como Apart Hotel en el que veranean familias vinculadas a la gestión de la Sociedad Anónima Edificio Quequén que lo administra. La estructura edilicia es prácticamente la original. (DIB) AR

Emplazamiento del edificio del hotel, en relación a Puerto Quequén y a la playa. (https://satellites.pro/mapa)

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