Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB
Cada Navidad y cada Año Nuevo la mesa de los argentinos se llena con clásicos: vitel toné, garrapiñadas, Mantecol. Pueden estar o no, pero son sinónimos de las Fiestas. Y para brindar, lo tradicional no es hacerlo con champán, sino con la bebida que es herencia española, la sidra. Hoy en día se consiguen muchas variedades de este destilado de manzanas en las góndolas, pero durante décadas dos marcas eran las reinas: una de ellas, Real, y la otra, La Victoria. Esta última nació cerca de la costa bonaerense, en el partido gaucho de General Madariaga, gracias a la visión de un gallego sabio. Hoy todo se centra en Río Negro y sus manzanas, pero hace muchos años eran las llanuras de Buenos Aires las que proveían las exquisitas frutas. Aquí, su historia.
Todo empezó antes de la Primera Guerra Mundial. En 1911 Manuel Otero, nacido en la ciudad de Lugo (Galicia, España), fundó la firma Sidra La Victoria. Según cuentan Central de Noticias Madariaga y el sitio en Facebook Madariaguenses fuera de casa, en principio se trataba de un gran almacén importador ubicado en pleno centro porteño, en la españolísima Avenida de Mayo y el cruce con Chacabuco.
Presidió la firma hasta que se lo impidió una grave enfermedad. Lo sucedió en el cargo su hijo Manuel Ángel, que estuvo al frente de La Victoria en los “años de oro”, entre 1957 y 1978.
Manuel Ángel fue quien había descubierto que la zona de Madariaga, sobre todo en las localidades de Macedo y Charles, tenía excelentes plantaciones de manzanas, que podrían usarse para producir sidra propia y ya no importarla de España. Así, compró en los años ‘40 la estancia Los Manzanares, a la que fue incorporando varias parcelas con manzanos hasta cubrir unas 350 hectáreas.
En ese momento el lugar contaba con un antiguo casco formado por una casa principal, piezas para los peones y unos galpones para las maquinarias agrícolas.
Allí vivía José O‘Hauss, quien se desempeñaba como administrador en la estancia con los dueños anteriores y continuó luego con los nuevos propietarios. Este hombre, alemán de nacimiento y amigo de Carlos Gesell, estaba vinculado a otros antiguos miembros de la colectividad alemana de la villa y de Pinamar. Durante muchos años se lo pudo ver desafiando los caminos vecinales y el trazado antiguo de la Ruta 11, al volante de su Ford A transformado en chata.
Ladrillo por ladrillo
La fábrica comenzó a construirse en el año 1950. Se trataba de un edificio de ladrillo y techo de losa con un cuerpo central de alrededor de 70 metros de largo, un sector adyacente y un edificio para las usinas.
El complejo industrial de la Bodega Nº 2 (la Nº 1 era la de Capital Federal) también contaba un edificio para el encargado y su familia y con dependencias para personal de la empresa y trabajadores ocasionales durante la molienda.
Con el tiempo, se construyó una pequeña vivienda para permitir alojarse al personal jerárquico de la firma cuando debía acercarse allí.
Vacas y cultivos
Durante los años en los que en la estancia se elaboraba la sidra, paralelamente se desarrollaban actividades ligadas a la ganadería. En un momento se llegó a contar con unas 500 cabezas de ganado.
La actividad era dirigida por un administrador designado por la empresa. Después de José O´Hauss, quien le sucedió fue Juan Domingo Lambertucci, vecino de Madariaga quien durante años presidió la Cooperativa Agroganadera de la ciudad.
No todo eran vacas: ocasionalmente se sembraba algo de trigo, maíz o papa.
Procesos
Mientras tanto, en la planta industrial la molienda transcurría desde los meses de febrero hasta abril o mayo. El “alma de la fábrica” fue su encargado, José Pérez, un valenciano que había llegado en los años ‘50 a Argentina. Dirigía el proceso que iba desde la descarga y lavado de las manzanas, el fraccionamiento y elaboración del primer jugo en la prensa, la limpieza de los grandes discos donde quedaban los restos de manzanas trituradas y la limpieza posterior de todas las maquinarias y del lugar, para volver a comenzar al otro día. En los años posteriores, él velaba por la limpieza y mantenimiento de las cubas de madera y del proceso de estacionamiento de los zumos.
Con el tiempo comenzó a mermar la producción de manzana en la zona y la firma decidió establecer una nueva bodega en la zona del Alto Valle de Río Negro, en la localidad de Cipolletti.
A comienzos de los años ’70 se construyó allí la Bodega Nº 3. Se llegaron a fraccionar diariamente más de 90.000 kilos de manzana y la producción subió de manera considerable. De esta manera, mientras en la planta de General Madariaga las cubas de madera donde se estacionaba la sidra tenían 55.000 litros de capacidad, en Cipolletti había cubas de casi 200.000 litros y una especial de 320.000 litros.
La caída
Ese desplazamiento geográfico de la producción a la zona del Alto Valle restó trabajo a la planta de Madariaga, que pasó a ser un lugar donde maduraba el jugo de manzana como paso previo a la última etapa que se hacía en la planta embotelladora de Buenos Aires. A partir de esa etapa, el personal que siguió trabajando en la fábrica fue mínimo.
De esa manera, se decidió vender hacia 1980, en una primera etapa, la mayor parte del campo. Solo quedaron el predio de la fábrica con unas pocas hectáreas que lo rodeaban. Esta nueva estancia fue llamada por sus dueños La Madrugada. Todo esto se vendió allá por 1984. Y la firma La Victoria pasó a tener nuevos dueños en 1987.
Mucho más acá, en 2010, tanto La Victoria como Real fueron vendidas a la empresa chilena CCU.
Así terminó la historia bonaerense de la empresa, el sueño del gallego Manuel Otero.
Final y nostalgia
En 2014 se tuvo la idea de crear un barrio exclusivo en la abandonada planta de General Madariaga. Así nació La Victoria Golf & Country Club.
La ventaja: la fábrica no quedó abandonada, ni se derribó. Y los viajeros todavía pueden darse una vuelta, dejando Madariaga hacia el sur por el camino provincial 039-02, y soñar con ese pasado donde brillaban, como en el libro de cuentos de Ray Bradbury, “las doradas manzanas del sol”. (DIB) MM