Por Gastón M. Luppi, de la redacción de DIB
Sofía Fiora tenía un sueño: clasificar a los Juegos Olímpicos. Nacida en Caseros hace 28 años, pero radicada en Italia desde los 6, hace tres se propuso ir por todo en busca de aquel objetivo. Dejar de representar a Italia e invertir casi la totalidad de sus ingresos fueron las dos decisiones más importantes que debió tomar. Y valió la pena: estará en París 2024, en la categoría de -52 kilos del judo.
En 2002, Fiora padre, que trabajaba en un supermercado, se quedó sin empleo. Con la ciudadanía italiana del lado de la madre, Ezeiza fue la salida en aquellos años de crisis. Sofía, su hermano y los padres se fueron a Italia, primero a la casa de una tía y luego se mudaron a Fidenza, en Parma.
A unos 50 metros de la casa de Sofía había un “dojo”, sitio para el aprendizaje y la práctica del judo. Fue en 2003 cuando entró por primera vez: “Tenía 7 años y me enamoré del judo”, le cuenta a la agencia DIB. “Hacía natación y gimnasia artística, pero el judo me encantó, me hizo enamorar”, pone énfasis.
El espíritu competitivo estuvo prácticamente desde la hora cero. “En mi cabeza, siempre quería ganar. Iba a todas las competencias y tenía que ser la número 1, siempre. Pero ojo, así es en la vida, en mi trabajo también quiero ser la número 1”, admite Sofía.
Clasificada para estos Juegos Olímpicos de París, su primera referencia olímpica fueron los Juegos de Londres 2012. “Me acuerdo que le dije a mi profesor que quería ir a los Juegos Olímpicos. Ese año fui tercera en los europeos de cadetes pero no me daba la edad para los Juegos de mayores”.
Obviamente, Sofía representaba a Italia. Cosechó un título nacional y ocho medallas en total, casi todas en la categoría de -52 kilos y alguna en la de -57. Pero así como tuvo la ilusión de competir en los Juegos de 2012, no pasó lo mismo con Río de Janeiro 2016 o Tokio 2021. Sofía hizo cinco de Medicina y además empezó a trabajar, y el foco estuvo puesto ahí.
“El sueño estaba”, le dice a DIB. “Pero cuando terminás la escuela secundaria y empezás la Universidad, desde lo económico es imposible: estudiando todo el día y sin un trabajo, no podés dedicarte al deporte”.
Hasta que pegó un volantazo. “Llegó un momento que dije: ‘Tengo 25 años, tengo un sueño en mi vida, uno y basta, tengo que intentarlo”.
A su vez, la pandemia de Covid le permitió darse cuenta de que la Medicina no era para ella y dejó la carrera cuando le restaba solo un año. En ese cambio, empezó a estudiar “Marketing y ventas”, que le gustó “mucho más”. En el trabajo le empezó a ir bien, se descubrió como buena vendedora. Y fue así que sin la Universidad y con el sustento económico del trabajo, fue de lleno por su sueño olímpico.
Hace tres años, Sofía se propuso hacer realidad su sueño. Posiblemente los Juegos de Tokio hayan tenido que ver en ese empuje. “Seguramente haber visto Tokio me haya llevado a decir: ‘Yo también puedo estar ahí. Son personas muy fuertes, pero yo también soy fuerte, por qué no voy a poder lograrlo’”.
El problema es que en Tokio la medalla de bronce en los -52 kilos fue para la italiana Odette Giuffrida, medalla de plata en Río 2016. Con una plaza por país por categoría, Giuffrida resultaba una rival prácticamente invencible, no solo para Sofía, sino para la gran mayoría de las judocas. De hecho, este año fue campeona del mundo en Abu Dabi y el año pasado logró el bronce en Doha.
Fue así que Sofía decidió ponerse en contacto con la selección argentina, desde cero. Por Instagram le escribió a Camila Marcellet, la judoca argentina que como sparring acompañó a Paula Pareto a los Juegos de Tokio. Sofía y Marcellet se habían conocido en un torneo de cadetas, allá por 2012. En ese cruce de mensajes vía Instagram, Marcellet le facilitó el contacto del entrenador argentino Ariel Sganga.
Además de la documentación argentina, para representar al país Sofía debía competir en un nacional de judo. “Estuve veinte años sin volver y regresé solo para competir. La primera vez que viajé, como me tenía que pagar todo yo sola y no quería estar mucho sin trabajar -si no trabajo, no cobro-, viajé, competí y me volví. A mi familia los vi a todos en un solo día”. Después sí, estuvo dos meses entrenando en Argentina, en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard), y contó con tiempo suficiente para reencontrarse con sus familiares.
En ese intentar cumplir su sueño, optó por Argentina. Pero además, también optó por regresar a la categoría de -52 kilos. Había llegado a pesar 68 kilos, “porque en la vida pasan cosas”. “Fue un momento de mi vida en que estuve muy estresada. Ya me había pasado a la categoría de -57, hasta que dejé un poco de lado el judo. Por trabajo, me entrenaba menos y subí de peso un montón. Y cuando me decidí ir de lleno por los Juegos, sabía que en la categoría de -57 no tenía chances: podía dar pelea en Italia, llegué a estar segunda en los campeonatos nacionales, pero fuera de Italia las rivales son demasiado fuertes para mí, mucho más grandes, más altas. Fue por eso que decidí volver a -52”.
Detrás de su objetivo olímpico, pasó a entrenarse más fuerte, dos veces por día. Además, se instaló un año en Turín, donde trabajó con un coach de judo y un preparador físico. Después se trasladó a Milán e incorporó un personal trainer, que ahora es su novio. En Somma Lombardo, cerca de Malpensa (donde está el aeropuerto de Milán) entrena judo en un club. En algún momento trabajó también con un “mental coach”, pero “costaba demasiado”. Sí cuenta con una nutricionista.
A los Juegos Olímpicos se clasificó al adjudicarse por puntos la plaza continental. Entre todos los judocas argentinos (mujeres y varones) fue la que más puntos logró, los últimos de ellos al quedarse con la medalla de oro en el Open Africano de Abidjan, en Costa de Marfil, hace unas semanas.
Los 1.453 puntos que la ubican en el puesto 38 del ranking mundial de la categoría -52 kilos, los sumó en competencias que en su mayoría costeó de su bolsillo. Los números -en euros- son una cifra importante. “Un montón, demasiado”, coincide. “Pero fue una inversión que pienso que valió la pena”, concluye.
Con el llamado diario del lunes, claro que valió la pena. Pero en el recorrido hubo dudas. “Fue difícil, en el sentido de que la plata nunca me alcanzaba y tenía que vender más, trabajar más. Y para trabajar más, le tenía que quitar tiempo al entrenamiento. Era más estrés, y también mayor cansancio. Era tener doble vida, y cada vez más intensa cada una de ellas”. Y así y todo, no siempre alcanza. “Las veces que no llegaba tuve que pedirle a mi mamá”. “De las veinte competencias que hice, cuatro o cinco me dio una mano mi mamá, no llegaba”, admite.
El dinero de las ventas del trabajo “lo invertí todo en esto”, resume Sofía. “No digo que me endeudé, pero ahora tengo que pagar todas las tasas de junio y esa plata no está”, le cuenta a DIB.
Rumbo a París, un sueño a cumplir, las expectativas son medidas: “Los Juegos Olímpicos son muy difíciles y yo soy de las últimas que se clasificaron. Somos veinte y estoy en el puesto 38, todas van a decir: ‘Ojalá me toque Sofía’, y es lógico que sea así. Y yo, en cambio, no tengo nada que perder. Además, todas partimos de cero y puede pasar que una judoca que parece más débil, o que nadie piensa que puede ganar, gane”.
Aunque, reafirma, parte de la humildad: “Sé que soy de las últimas y que voy a tener que dar diez veces más para poder ganar un encuentro. Ya la primera ronda para mí es una final, voy a ir con todas las ganas de ganar y de dar el máximo, pero sé que no tengo mucha ventaja contra las otras”. (DIB) GML