Guillermo Casero se movilizaba en una bicicleta playera. Con una gorra y lentes espejados, intentaba disimular su rostro. Interceptaba a las mujeres en horas de la madrugada en la calle, y tras amenazarlas con una pistola cromada, las obligaba a subir al caño de su bicicleta. El destino era siempre un descampado. Allí, según el relato de las víctimas, fumaba un par de cigarrillos y luego se colocaba un preservativo. A la mayoría de ellas las obligaba a ponerse una pollera roja y luego las violaba. Después escapaba, pero antes dejaba a las mujeres, a punta de pistola, en el lugar donde las había capturado. El “modus operandi” del violador era siempre igual.
Si bien Casero, de 37 años, intentaba tener todo bajo control, una de las víctimas dio pistas sobre cómo era su rostro. A eso se sumaron otros testimonios, que llevaron a la Policía hasta una vivienda de la localidad de Bosques, en Florencio Varela. Allí había gran cantidad de material pornográfico y cajas de preservativos de la misma marca que, según se conoció después por el testimonio de las víctimas, empleaba para concretar sus abusos. También encontraron ropa interior femenina y cigarrillos “Melbour”, la misma marca que fumaba el atacante.
En su detención, el violador fue reconocido por siete víctimas de los ataques ocurridos entre mediados de 2009 y comienzos de 2010 en la zona sur del Gran Buenos Aires. Pero a eso se sumó el hallazgo en la casa de una pollera roja, la misma que el agresor obligaba a ponerse a todas las jóvenes. Por ese fetiche, la prensa y la Bonaerense lo bautizaron como “el sátiro de la pollera roja”.
En concreto, por las denuncias que se conocieron después, a Casero se lo acusó de doce violaciones, aunque después ocho fueron comprobadas en el juicio. Lo que sí pasó, es que las mujeres que declararon, una de ellas menor, coincidieron no sólo en su forma de proceder como el uso de una prenda roja, sino muchas destacaron que el agresor tenía una cicatriz en sus genitales.
Juicio y condena
Si bien al momento de la detención, se negó a declarar formalmente, cuando hicieron la rueda de identificación, Casero lanzó ante la mirada atónita de los policías: “No entiendo por qué estoy detenido. Son todas mis novias”.
El acusado había recuperado su libertad en julio de 2009, luego de purgar una condena de 14 años por robo y violación y además ya había cumplido otra condena por homicidio simple.
En octubre de 2012 llegó finalmente el esperado juicio. En ese momento, el Tribunal Oral en lo Criminal 1 de Quilmes lo condenó a 35 años de prisión por el delito de “abuso sexual con acceso carnal agravado por el empleo de armas reiterado en ocho ocasiones”. Si bien la Fiscalía había pedido 50 años, el fallo dejó conforme a la parte acusatoria porque la pena era de cumplimiento total. Es decir, ningún beneficio le daría antes la libertad.
En el proceso se pudo demostrar, por medio de un croquis, lo que los especialistas denominaron el “pasillo de seguridad”. Es decir, una zona puntual donde sucedían los abusos. Siempre eran en cercanías del domicilio o del lugar de trabajo del atacante, donde se sentía seguro y donde, sobre todo, manejaba los sitios para ocultarse o escapar si algo se le complicaba.
Tras la condena fue al penal de Sierra Chica pero un día, cuando debió comparecer ante el tribunal de Quilmes que lo juzgó, lo trasladaron a la Unidad Penal N° 32 de Florencio Varela y allí volvió a ser noticia. Es que alojado en esa cárcel conoció a “Marilyn”, quien había llegado allí como Marcelo Bernasconi pero en contexto de encierro se hizo trans.
El romance entre ambos terminó en el primer casamiento igualitario entre dos presos en un penal bonaerense. Fue el 7 de octubre de 2013 cuando Marilyn, condenada por matar a su madre y su hermano en la localidad de Oliden en 2009, dio el “sí” y Casero le retribuyó. Pero dos años después decidieron separarse por decisión de ella, al saber que era portadora de HIV. (DIB)