Cuando Guillermo Ibáñez atendió el teléfono de línea, del otro lado una voz femenina aseguró que su mujer lo engañaba. Le dijo que si quería conocer los detalles debía ir al café La Perla, a unas diez cuadras del centro de Mar del Plata. Allí Carmen Pascual le contaría pormenores de esa supuesta infidelidad. Pero la mujer nunca llegó al lugar. En épocas en que los celulares no habían irrumpidos en el país, a Ibáñez no le quedó más remedio que subir a su camioneta F-100 y volver para su casa. Sin embargo, en pleno camino y a la altura de la estación de trenes, un conocido lo paró y le solicitó ayuda porque se le había roto el auto. Ese pedido era una emboscada, que terminó en un secuestro y en un crimen brutal que conmocionó a la opinión pública y hasta al presidente, Carlos Menem, quien llegó a impulsar la pena de muerte.
Guillermo, de 28 años, era hijo del poderoso sindicalista Diego Ibáñez. El ex diputado nacional, hombre con poder en las 62 organizaciones peronistas y secretario general del Sindicato Unido de Petroleros del Estado (SUPE), era además amigo de Menem y tenía vínculos con muchos actores de la política nacional.
Cuando el 6 de julio de 1990 Guillermo atendió esa llamada, el país tenía la cabeza en el viejo continente. Es que dos días más tarde la Argentina de Maradona y Bilardo irían por una nueva copa en el Mundial de Italia, algo que Alemania finalmente impidió.
Lo cierto es que el hombre cayó en “la trampa” y fue hasta el café para conversar con Pascual, esposa de Néstor Ausqui, un conocido que terminó siendo uno de sus captores. Cuando Ibáñez volvía para su casa, se cruzó con Juan Carlos Molina, un pariente lejano. Tras hacerle señas para que pare, le contó que había tenido un desperfecto mecánico y le pidió como favor que lo alcanzara hasta el barrio Libertad, a unos cinco kilómetros del centro. La víctima, siempre servicial, accedió a llevarlo y cayó nuevamente en un engaño. Molina era otro de los integrantes del clan que quería secuestrarlo.
Un Fiat 128 y un Ford Taunus interceptaron la camioneta y desde allí se bajaron dos integrantes de la banda. Uno era Ausqui y el otro Roberto Acerbi. Ambos exchoferes de camiones y colectivos a los que la víctima conocía de frecuentar un bar en la zona del Puerto. Tras amenazarlo, lo golpearon y maniataron para llevárselo hasta la casa de Ausqui, a 15 cuadras de distancia de ese lugar. La F-100 quedó allí abandonada.
La final, el final
Las tapas de los principales diarios del país amanecieron el domingo 8 de julio con dos títulos que resaltaban. Obviamente, el anuncio de la final del Mundial sobresalía en todas ellas, pero también figuraba el caso Ibáñez con el pedido de los captores a la familia: 2 millones de dólares.
Más allá de las historias que trascendían sobre de dónde podrían salir los fondos para el rescate y que lo tenían al empresario Alfredo Yabrán como posible pagador, Guillermo sabía que su suerte estaba echada. Conocía a los captores y eso lo sentenciaba a muerte.
La familia, sin embargo, aún tenía la esperanza que todo terminara bien y por ello pidieron una prueba de vida para avanzar con el pago. Los delincuentes ordenaron que pasaran a retirar la prueba por un teléfono público instalado en una estación de servicio situada en el cruce de Santiago del Estero y la avenida Colón. La foto de ese teléfono fue publicada por un medio periodístico y, a partir de ese momento, los secuestradores cortaron la comunicación con el sindicalista.
Para esa altura, los delincuentes habían cavado un foso de casi un metro de profundidad en un baldío situado a pocas cuadras de la casa donde lo mantenían en cautiverio, encapuchado y maniatado. Y su ejecución fue terrible. Lo golpearon en la nuca con una maza y lo remataron en el piso dándole en la cabeza con la misma pala con la que cavaron su tumba. No obstante, la autopsia reveló, tiempo después, que existían restos de tierra en la tráquea, por lo que lo enterraron aún con vida.
Media condena
Tras varios días de incertidumbre, el 25 de julio la Policía encontró el cuerpo enterrado de la víctima, lo que generó una fuerte conmoción social. El presidente Menem fue a Mar del Plata para participar del sepelio de Guillermo y pidió la pena de muerte para casos de secuestros extorsivos seguidos de muerte. De hecho, mandó una semana más tarde un proyecto de ley al Senado, que contó con el apoyo de otros dirigentes como Antonio Cafiero y Eduardo Duhalde, pero con la fuerte oposición del radical Raúl Alfonsín y la Iglesia. La iniciativa fracasó.
Mientras la familia lloraba a Guillermo, la banda integrada por Acerbi, Molina y Ausqui fue detenida. Entre ellos se culpaban de ser el asesino, pero ninguno iba a poder zafar.
En noviembre de 1991 la Justicia los condenó por el secuestro seguido de muerte a reclusión perpetua más la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado establecida en el art. 52 del Código Penal. En tanto, Carmen Pascual, esposa de Ausqui, fue sentenciada en el mismo juicio oral a la pena de 9 años de prisión por su complicidad.
En diciembre de 2006 Acerbi y Ausqui recuperaron la libertad, principalmente gracias al beneficio del 2 x 1. Luego fue el turno de Molina y así los delincuentes volvieron a transitar las calles de la ciudad y cruzarse con los familiares de Guillermo. (DIB) FD