Juanicotena, el gran simulador que mató y usaba cebolla para llorar en el juicio

Fue un basquetbolista de Mar del Plata. En octubre de 1992 mató a su mujer de un disparo. En el juicio lloraba artificialmente. Fue condenado a reclusión perpetua y luego indultado. Murió dentro de una cancha.

Por Fernando Delaiti, de la agencia DIB

Old’s Unión se medía con Isótopos Max por el torneo de la Maxiliga de básquet en Mar del Plata. La expectativa estaba puesta en ver un buen partido de este deporte que reunía a ex basquetbolistas y aficionados mayores de 35 años. Ese sábado 10 de mayo de 2014, lo que empezó como una fiesta terminó en tragedia, con médicos en medio de la cancha. Allí, tendido en el piso y tras haber sufrido un infarto, quedaba Ricardo Juanicotena. Pese a las tareas de reanimación, el ex basquetbolista que supo darle a la ciudad costera el torneo provincial en 1982 falleció en el rectángulo de juego. Y el dolor del mundo del deporte local hizo, también, recordar no solo su carrera, sino su vida personal. Juanicotena había sido condenado a reclusión perpetua por el asesinato de su esposa, en un juicio en el que supo fingir las lágrimas, aunque años después fue beneficiado con un indulto.

La historia criminal de Juanicotena amaneció el feriado del 12 de octubre de 1992, en el departamento del segundo piso que compartía con su esposa, Silvia Liliana Facchini, y dos hijos de 5 y 9 años. La idea era ir a pasar el día a la laguna de Mar Chiquita.

Mientras la mujer terminaba de prepararse, el hombre tomó su revólver Taurus calibre 38 que, dijo después, lo tenía por una cuestión de seguridad familiar. Lo cierto es que en medio del desayuno y mientras los pequeños aún dormían, el ex basquetbolista de Kimberley, empuñó el arma con su mano derecha, la que tantas alegrías le había dado a su club, y disparó.

La mujer se desplomó malherida con el balazo en la cabeza. Juanicotena llevó a sus hijos a la casa de un vecino, llamó a la Policía y empezó a trazar un plan.

Pero antes que los efectivos lleguen al departamento de la calle Brown al 4800, hizo otro llamado. Fue al padre de su esposa, Hércules Facchini, a quien le pidió que venga rápidamente porque algo le había pasado a su hija. Cuando el hombre entró por la puerta, una sábana ya cubría el cuerpo semidesnudo de la mujer. 

El “mirá lo que nos hizo” de Juanicotena, no disipó las dudas de la familia que sospechó desde un inicio que la escena no tenía nada que ver con un suicidio.

La detención

Solo 48 horas después de la explosión que retumbó en el edificio, y como suele pasar, el cuerpo habló. Y la autopsia confirmó que el disparo se produjo como mínimo a 20 centímetros de distancia. Eso, sumado a la pericia balística, desmanteló el relato del hombre, quien fue detenido en la casa de sus suegros.

Ante la Justicia y también frente a los periodistas que lo esperaban fuera de tribunales, reiteró que no la había matado. Para esa altura, esposado, fue trasladado a prisión donde esperó por el juicio, que despertó el interés de algunos canales nacionales y tuvo un capítulo que aún perdura en la memoria de muchos marplatenses.

En diferentes momentos del proceso que se llevó a cabo en noviembre de 1994, donde se contaban detalles del caso, la reacción del basquetbolista eran las lágrimas. Sus ojos rojos, compungidos, resaltaban en la sala presidida por Bernardo Rene Fissore, Julio Isaac Arriola y Jorge García Collins.

Sin embargo, una cámara del programa de Canal 13 “Justicia para todos” empezó a desentrañar el secreto no tan bien guardado. Pese a que Juanicotena pasaba por su rostro de manera constante un pañuelo, siempre seguía con sus ojos hinchados y húmedos. Y eso era, tal como lo registró la cámara, porque tenía envuelto en el pañuelo capas de cebolla. De hecho, una de ellas quedó pegada a su nariz.

El juez Fissore vio las imágenes por circuito cerrado pero dejó que la jornada terminara. Al día siguiente, cuando al acusado le tocaba decir sus últimas palabras, le pidió el pañuelo pero en ese momento no estaba embadurnado de cebollas. En cambio, le solicitó que le alcanzara el frasco que acompañaba al basquetbolista. ¿Qué era? Según explicó contenía colirio para sus ojos. No obstante, el magistrado olió y fue contundente: era como un jugo de cebolla.

El engaño

El tribunal lo condenó a reclusión perpetua por el asesinato de Facchini. En el fallo, además, los jueces hicieron mención a la actitud de Juanicotena y lo calificaron de “gran simulador”, que buscó engañar a la Justicia. Todo lo escuchó sin inmutarse, sin lágrimas.

Tras el fallo fue llevado a la Unidad Penal 15 de Batán, donde purgó parte de su condena con excelente conducta. No obstante, el decreto 3190/2009 que fue publicado en marzo de 2010, durante la gobernación de Daniel Scioli, le conmutó la pena. Si bien esto es una facultad que la Constitución de la provincia de Buenos Aires le otorga al gobernador, la medida generó fuertes reacciones de la oposición, que en ese momento criticó la decisión.

En libertad, Juanicotena volvió a su gran pasión, el básquet. Hasta que el destino, ese que lo había llevado el 11 de diciembre de 1983 a convertir un doble ganador en un partido ante Peñarol, ahora le jugaba una mala pasada. La muerte le ganó en la cancha. (DIB) FD

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