“Ruggierito”, el pistolero amigo de Gardel que hizo del hampa un modo de vida

Juan Nicolás Ruggiero fue mano derecha de un intendente a principios del siglo pasado. Manejaba el juego clandestino y prostíbulos. Siempre a tiros, se enfrentó con otras bandas. Con “El Zorzal” compartió noches de tragos. Lo mataron de un balazo y una multitud lo despidió.

Por Fernando Delaiti, de la agencia DIB

Juan Nicolás Ruggiero era un matón, un pistolero sin piedad. Amparado por el caudillo conservador e intendente de Avellaneda, Alberto Barceló, mandaba en la red de timbas y prostíbulos sobre la ribera Sur del Riachuelo. Pero “Ruggierito”, como se lo conocía popularmente, tejía en sus días de hampa muchas cosas más: manejaba el fraude electoral, se había apropiado de una línea de colectivos y podía conseguir empleos en el municipio. Y como si fuera poco, era amigo de Carlos Gardel.

Ruggiero, el menor de los once hijos de una mujer criolla y un humilde carpintero napolitano establecido en la Isla Maciel, había nacido en junio de 1895. Dejó la escuela en cuarto grado y en su entrada a la adolescencia ya pegaba afiches para Barceló, que iniciaba su camino en la intendencia. Cuando cumplió la mayoría de edad, ya en la comisaría de la zona lo conocían muy bien porque había dormido allí varios días por diversos delitos.

Cuentan que se terminó de ganar la confianza de Barceló por enfrentarse a balazos con tres sujetos para defender un prostíbulo que regenteaba un hermano del intendente. Eran años donde la geografía del hampa tenía en el Riachuelo una frontera precisa. Lo sabían los conservadores que tenían a “Ruggierito” como su gánster preferido, como también los radicales, que del lado de La Boca y de Barracas eran protegidos por Julio “El Gallego” Valea.

Los dos manejaban “la caja” que permitía salvaguardar la humanidad de los políticos y conseguir armas para tal fin. En años donde Hipólito Yrigoyen transitaba su primer mandato presidencial, el choque entre ambos pistoleros por el control del territorio hizo derramar mucha sangre. La ambición de Valea, con la apertura de prostíbulos en Dock Sud y la Isla Maciel, fue una provocación que Ruggiero no dejó pasar.

A pesar de que hubo un intento de mediación para buscar una tregua para la guerra que ya había dejado más de 40 víctimas, el asesinato de Valea en octubre de 1929 puso fin a una etapa. Un pistolero lo acribilló con un Winchester mientras miraba con los prismáticos, desde el techo de su auto, cómo su caballo corría una carrera en el Hipódromo de Palermo, al que tenía prohibida la entrada. Si bien se atribuyó el crimen a Ruggiero, otras versiones vincularon el hecho a “la mafia de las carreras”.

La unión con Gardel

“Ruggierito” había conocido a Gardel por el vínculo del cantante con Barceló. Compartieron la vida orillera, noche de tragos largos y diversión en los prostíbulos de la zona sur del Gran Buenos Aires. Y pese a que “El Zorzal” fue sofisticando sus salidas a medida que crecía su fama, lo cierto es que la amistad nunca se resintió.

De hecho, el matón había intercedido por el cantante cuando Juan Garesio, dueño del cabaret Chantecler, mandó a pegarle un tiro en diciembre de 1915 porque Gardel salía con su novia. El balazo que lo derrumbó quedó cerca del pulmón, y su recuperación demandó varios días. Fue allí cuando el tanguero le pidió ayuda a Ruggiero, que intercedió ante Garesio para que no siga adelante con su venganza. Si tocaban otra vez al “Morocho del Abasto” iba a correr sangre. 

En 1929, el pistolero sufrió un grave atentado cuando fue atacado junto a su tío, que murió acribillado. El auto en el que iban terminó con unos treinta impactos de bala, y él con heridas que le permitieron recuperarse.

Ya por esos años, su familia había prosperado económicamente y gracias a sus manejos en el delito había adquirido una quinta en Ranelagh para sus padres.

Carrera hacia la muerte

Pero esa vida se derrumbó en octubre de 1933, cuando encontró la muerte tras una carrera de caballos. Del hipódromo de La Plata, “Ruggierito” se fue con los bolsillos repletos de billetes, pensando que ese sábado había sido su día de suerte. Por la noche, su chofer “Joselito” y su guardaespaldas lo acompañaron en un Cadillac a lo de Elisa Vecino, una morocha de 25 años, con quien desde hacía casi una década disfrutaba de jornadas de alcoba.

Cuando se retiraba de la vivienda, un hombre se acercó sigilosamente y desfundó una pistola 45. Un disparo y cayó fulminado. El homicida escapó en un Chrysler azul que lo esperaba con un cómplice a los pocos metros. A “Ruggierito” lo cargaron en el Cadillac, pero cuando llegaron al Hospital Fiorito ya estaba muerto.

Lo velaron en un comité de Avellaneda. Muchos políticos acudieron a su despedida, entre ellos, el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Federico Lorenzo Martínez de Hoz. El féretro fue envuelto con la bandera argentina y una multitud lo llevó al cementerio en andas, por la céntrica avenida Mitre. Allí el intendente Barceló, que ya transitaba su cuarto mandato en el poder, aguardaba al cortejo para darle el último adiós. 

Con su muerte, Juan Nicolás Ruggiero se transformó en una leyenda. En la novela “Fin de fiesta”, Beatriz Guido lo convirtió en Guastavino, el pistolero de confianza de un intendente al que llamó Braceras. La película “Del otro lado del puente” lo recuerda tanto a él como al “Gallego” Valea. Mientras que el tango “Sangre Maleva”, que supo cantar su amigo Gardel, plasmó parte de sus andanzas.

Nunca se supo quién lo mató. Hubo versiones: desde amigos que lo traicionaron, un vuelto de sus crímenes hasta gente cercana al intendente. Lo cierto es que quien supo vivir a los tiros, murió en su ley. “Mano a mano hemos quedado”, le podría cantar Gardel. (DIB) FD

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