Por Fernando Delaiti, de agencia DIB
Hugo Alberto Acevedo estaba con 1610 pesos en el bolsillo. Acorralado, ya agotado de esconderse, cuando uno de los policías del comando especial que se dedicaba a su búsqueda dio la voz de alto, el taxista intentó escaparse. Pero esa aventura duró unos pocos metros. Después de pasar 131 días prófugo, no tenía fuerzas para dar pelea. Ya sin bigote ni canas y con un documento falso, estiró sus manos para que le colocaran las esposas. Era el final de uno de los prófugos más buscados en la historia reciente en la provincia de Buenos Aires. Era el principio de un camino que lo llevó a prisión por matar, en pocas horas, a su concubina, a su padrastro, a su ex mujer y a quien fuera la pareja de esta.
La historia que conmovió a la opinión pública comenzó el sábado 7 de marzo de 1998. La primera víctima fue su pareja, Mirtha Díaz (35 años), con quien Acevedo vivía en un departamento del barrio Pepsi, en Florencio Varela. Hasta allí se habían mudado en febrero, por lo que no eran tan conocidos por los vecinos.
En horas del mediodía y tras una fuerte discusión que incluyó insultos y golpes, el taxista de 46 años estranguló a la mujer. Luego arrastró el cadáver semidesnudo hasta la habitación y lo dejó en la cama matrimonial.
Lejos de calmar su ira, Acevedo viajó rumbo a Quilmes hasta una remisería donde trabajaba Juan Carlos Visiconte, quien había sido la pareja de su ex esposa, Estrella Domínguez. Se hizo pasar por un cliente y subió al remís de Visiconte. No pasaron muchas cuadras hasta que forzó una discusión, le pegó cinco balazos y lo dejó morir desangrado en el vehículo.
El siguiente paso de su raid delictivo fue en el centro de Quilmes. Hasta ahí llegó en otro remís. Fue hasta una galería comercial en pleno centro donde Domínguez tenía un local de depilación. Según los testigos, Acevedo y su ex pareja discutieron a los gritos. En medio de su ataque de ira, sacó el revólver y le disparó varias veces. La mujer, que trabajaba a veces hasta 14 horas por día para darle lo mejor a las dos hijas que había tenido con el taxista, murió en el acto.
Pero había más en su día de furia. Tras escapar del lugar, Acevedo fue a la casa de su madre, que vivía con quien era su padrastro, Eleuterio Acevedo (83 años). Tras discutir con su progenitora, fue hasta uno de los dormitorios de la casa y mató a balazos al hombre que lo crió y que dormía la siesta.
A esconderse
Después del cuádruple crimen, Acevedo desapareció. Solo algunos llamados desde teléfonos públicos para hablar con su madre o amenazar a parte de su familia lo mantenían en el radar. Por ello, la Policía, quien comenzó a buscarlo en la zona sur del Gran Buenos Aires, reforzó en esos primeros días la guardia en las viviendas de varios parientes. Sin plata, podía tentarse de ir a la casa de algún conocido. Pero eso no sucedió: por varias semanas “se lo tragó la tierra”.
Acevedo, que hasta ese momento no tenía antecedentes, estaba con problemas económicos y laborales. Además, varios testigos indicaron que la separación de Domínguez lo había afectado emocionalmente y que aún estaba en tratamiento.
Por sus datos, el Gobierno bonaerense llegó a poner una recompensa de $ 30.000. En época del 1 a 1 era una cifra más que tentadora. Pero nadie pudo o quiso aportar un dato.
Sin embargo, una madrugada Acevedo llegó hasta un teléfono público del barrio de Flores. Desde allí llamó para hablar con una de sus dos hijas. A los pocos segundos, varios móviles policiales lo rodearon. Con los teléfonos de su familia “pinchados”, al asesino lo tenían cercado. Fue allí cuando le pidieron que se identificara y mostró un documento “trucho”. Atinó a escapar, pero no pudo. Su suerte, ese 15 de julio, estaba echada.
El final
El asesino fue trasladado a una celda de la Delegación de Investigaciones de Quilmes. Aunque en alguna breve declaración ante la jueza se mostró arrepentido, evitó dar detalles de sus cuatro crímenes en dos horas. Eso sí, dijo que pensaba entregarse, pese a que se escondió por más de cuatro meses.
Los médicos que lo revisaron coincidieron en que estaba lúcido y ubicado en tiempo y espacio. Es decir, pese a sus problemas emocionales y un pasado tormentoso que incluyó violencia en su niñez, era consciente de lo que había hecho.
Entre pocas visitas, básicamente de su madre que le llevaba comida, transcurrieron los siguientes días de Acevedo. Dormía poco de noche, hablaba solo, pedía calmantes. Los nervios le iban ganando la batalla dentro de esas cuatro paredes.
El 22 de agosto, cuando los policías fueron hasta su celda lo encontraron ahorcado con una venda elástica que usaba en el tobillo. (DIB) FD