El día que ejecutaron a toda una familia, quemaron la casa pero no pudieron borrar las huellas

Hace 20 años, un cuádruple crimen sacudió un barrio de Avellaneda. Tres personas, por venganza, asesinaron al dueño de unos colectivos “truchos”. Luego masacraron a su esposa y dos hijas. Fueron condenados a prisión perpetua.

El cuádruple crimen que sacudió Avellaneda en 2002. (Agencia DIB)

El incendio se declaró pasadas las 23.30 en una vivienda ubicada en el Pasaje Virasoro, una calle cortada del partido de Avellaneda. Tras el llamado de los vecinos, hasta allí llegaron tres dotaciones de bomberos que debieron trabajar más de una hora para sofocar las lenguas de fuego que trepaban hasta una altura de tres metros. El siniestro comenzó en una de las habitaciones y luego se propagó a otro dormitorio. Cuando los bomberos terminaron de remover los escombros, se encontraron con cuatro cadáveres calcinados: dos adultos, una niña y una beba. Una tragedia que se convirtió horas después en un horror, ya que las víctimas habías sido asesinadas de la manera más brutal que ni a veces la ficción puede relatar.

El horror de esta historia se destapó el 29 de mayo de 2002 en la casa que Miguel Ángel Galván compartía con su esposa Marina Moreira, una niña de 6 años y una beba de tres meses. Pero hay que retroceder al menos una semana para conocer las ejecuciones a las que fueron sometidos, y un tiempo más atrás para entender por qué todo terminó de la peor manera: con cuatro muertos y tres personas condenadas a prisión perpetua.

Galván se ganaba la vida con unos micros no habilitados y Claudio “El Polaco” Zier, de 23 años, había sido chofer de uno de ellos. Sin embargo, un cortocircuito en la relación había llevado al primero a echarlo: lo acusaba de quedarse con plata que no le correspondía. “El Polaco” insistía en volver a trabajar, pero Galván le cerraba la puerta y se negaba a pagarle una indemnización.

Frente a este panorama, con su hermano Héctor Zier y Jorge Valdez (un joven mecánico que hizo trabajos de refacción en los rodados) planearon la venganza y quedarse con los colectivos. Según se reconstruyó en la investigación, los tres lo habrían esperado el 21 de mayo en una esquina de Florencio Varela, cuando Galván salía a trabajar con uno de sus colectivos, y lo mataron a tiros para llevarlo a su casa y asesinar a su familia.

Poco de lo que pasó dentro de esas paredes pudo reconstruirse. Lo que sí se supo, a partir de varios vecinos que declararon en el juicio que se hizo a fines de 2005, es que los tres implicados merodearon la casa en los días posteriores al cuádruple crimen que habían cometido. Cuando le preguntaban por los Galván a Claudio Zier, éste a unos les decía que habían viajado a Mendoza, a otros rumbo a la costa atlántica.

También en esa calle cortada del conurbano, los vecinos empezaron a sentir ciertos olores que salían de la casa de la familia en cuestión. “Dejaron pollo y carne picada dentro de la heladera y se pudrió”, les mentía “El Polaco”, quien junto a sus cómplices entraban y salían de la vivienda en distintos horarios. De hecho, durante una semana usaron uno de los colectivos “truchos” para trabajar, hasta que se rompió.

Noche de furia

Una noche, y ante las sospechas que generaba la ausencia de los Galván, los tres decidieron prender fuego la casa, probablemente con la ayuda de otros cómplices, que si bien llegaron a juicio no fueron condenados. La idea era quitar todas las huellas, aunque no podían borrar todo lo que habían visto los vecinos, muchas veces entre las persianas semiabiertas de sus casas. 

Tras las cenizas que dejó el fuego, los investigadores encontraron los cuerpos de las víctimas, que hablaron en la autopsia. El jefe de familia había sido asesinado de cuatro tiros en la cabeza efectuados desde corta distancia con una pistola calibre 22. Su esposa recibió 14 puñaladas, todas por la espalda. La beba de tres meses murió asfixiada con una toalla que le obstruía la cavidad bucal y la cabeza estaba cubierta por una bolsa de plástico. La otra pequeña, la de seis años, había sido estrangulada. A todas las víctimas las golpearon aparentemente con una maza.

El primero que cayó fue “El Polaco” mientras conducía un Renault 19 en el que cargaba latas de pintura y un bidón semejante a los hallados en la casa incendiada. Ese auto, los vecinos, lo habían ubicado en la escena del incendio. Al allanar la casa del sospechoso, se descubrió un revólver 22 largo, el mismo calibre de las cuatro balas que perforaron el cráneo de Galván. Tras las rejas, Zier habló e involucró a Valdez, quien fue encontrado en la casa de un familiar, en donde se había refugiado. Al mecánico, además, se lo había señalado como el que le regaló a su novia el perro de raza cocker de la familia masacrada.

Finalmente fue detenido Héctor Zier, a quien se le encontró un automóvil robado, semejante al que un testigo vio el día del incendio con bidones en su interior.

Tras cuatro jornadas de debate y más de 25 testigos, el Tribunal en lo Criminal 1, de Lomas de Zamora, condenó a los hermanos y al otro cómplice a prisión perpetua por el delito de “homicidio triplemente agravado por alevosía, el concurso premeditado por dos o más personas y para asegurar el resultado de otro delito (criminis causa)”, que era el robo de un ómnibus. En la misma sentencia, los jueces absolvieron a otros tres imputados por “insuficiencia probatoria”. (DIB) FD