El verano en el que el “mago de la lluvia” salvó el turismo en Villa Epecuén

El ingeniero Juan Baigorri Velar había creado una “máquina de hacer llover”, que nadie supo jamás en qué consistía. Lo convocaron los hoteleros de Epecuén, desesperados por la sequía. Terminó provocando un temporal de 100 mm que afectó hasta a Bahía Blanca.

Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB

El balneario de Epecuén, en el partido bonaerense de Adolfo Alsina, es muy conocido por las aguas curativas de su laguna, que le dieron fama a lo largo de muchas décadas, y por la inundación de 1985 que sumergió la villa y la destruyó por completo. Pero entre las muchas historias que atesoran sus aguas salobres hay una que parece nacida de la mente de un escritor de ciencia ficción: la llegada a Epecuén del ingeniero Juan Baigorri Velar y su máquina de hacer llover. El inventor cambiaría la suerte del verano de 1939 en la villa balnearia y sería recordado con asombro.

El llamado “Mar de Epecuén” era conocido por la concentración de sal en sus aguas, tan alta que un cuerpo humano no puede hundirse en ellas. De hecho, en 1909 se creó la empresa Minas Epecuén, para explotar este filón. Pero a principios de los años ‘20 se descubrió que la explotación turística era posible, basada en las propiedades curativas de los baños en la laguna, o incluso en los emplastos de barro. Según un folleto de 1922, “las aguas de Epecuén son fuertemente cloradas y sulfatadas, y por consiguiente, deben ejercer una acción benéfica en el artritismo crónico, en el Linfatismo, en la Escrófula, en las localizaciones extrapulmonares de la Tuberculosis, en las enfermedades de las mujeres, en las Anemias, en la Obesidad y en la Diabétis (sic)”.

Los turistas acudían de a miles todos los veranos y era rara una edición de “Caras y Caretas” de los meses estivales que no tuviera fotos de gente de alcurnia remojándose en el “Mar de Epecuén”.

El problema aparecía cuando el agua faltaba por escasez de lluvias. Así, si bien entre 1914 y 1919 las precipitaciones habían sido holgadas, desde 1921 muchas temporadas habían fracasado por la relativa sequía, que dejaban la laguna convertida en una salina. Hasta que en 1939 apareció Baigorri Velar para mitigar el efecto de la seca.

El misterio de la “espada de fuego”

El ingeniero -que vivió casi toda su vida en Buenos Aires, aunque su cuna se la disputan la provincia de Entre Ríos y San José, en Uruguay- habría descubierto su sistema en 1926, en Bolivia. Según contó él mismo al diario Crítica, “mientras buscaba minerales con un aparato de mi invención, noté que cada vez que lo encendía, se producían lluvias”. A partir de allí, empezó a buscar un lugar particular para continuar con su trabajo: tenía que ser un lugar alto y poco húmedo. Con un altímetro, determinó que la esquina de Ramón Falcón y Araujo, en Villa Luro, era el sitio más alto de la ciudad de Buenos Aires y compró una casa allí, donde dispuso su laboratorio. Allí perfeccionó un aparato que emitía ondas electromagnéticas. “Combinaba ciertos materiales y la antena comenzó a funcionar; todo el laboratorio se inundó de una luz blanca, que salió despedido al cosmos como una espada de fuego”, aseguró. En 1938 su máquina para producir lluvia estaba terminada, y según testigos era un artilugio consistente en una caja de madera con dos antenas, un tablero con perillas, cables y recipientes por donde introducía “líquidos”. Su interior, a más de 80 años del desarrollo, sigue siendo un misterio.

El primer lugar donde hizo llover, y que lo volvió famoso de la noche a la mañana, fue Pinto, en Santiago del Estero. La noticia dio la vuelta al mundo y empezó a recibir pedidos de todas partes. Entre ellos, se destacó la solicitud de los hoteleros de Villa Epecuén, que necesitaban desesperadamente el agua del cielo para no perder la temporada.

la curiosa historia del ingeniero Juan Baigorri Velar. (Agencia DIB)

En la terraza del Castillo

El historiador carhuense Gastón Partarrieu cuenta en “Epecuén, lo que el agua se llevó” que la Comisión de Fomento de la localidad decidió enviar una delegación para hablar con Baigorri Velar. Éste se negó al principio, por lo que los comerciantes realizaron una colecta para convencerlo y lograron reunir 5.000 pesos moneda nacional, una suma enorme, equivalente a más de 20.000 dólares de la época.

Baigorri Velar bajó del tren en Carhué el 5 de febrero de 1939. “Como necesitaba un lugar tranquilo para que la aparatología trabajara -cuenta Partarrieu- se le destinó la azotea del ‘Castillo de la Princesa’, la construcción más alta de Epecuén”.

El 7 el experimento estaba en marcha. “La lluvia se producirá con la ayuda del viento norte”, contó al periódico local El Pueblo. El 10 de febrero llovió. Pero el ingeniero tuvo problemas con el generador. Recién el 16 volvió a caer lluvia, cuando resolvió el inconveniente gracias a los vecinos que le acercaban baterías.

“Carhué estaba desde ese momento dividido en dos posturas: baigorristas y antibaigorristas”, afirma el historiador, y cita al El Pueblo: “La población ha vivido pendiente de los trabajos de nuestro popular huésped, sacándonos de las preocupaciones comunes y convirtiéndonos en una verdadera colectividad de flamantes astrónomos en plena potencia”.

“Estoy trabajando con lluvias”

El ingeniero se fue de Carhué tras varios días, pero había dejado instaladas dos antenas que, según él, captaban las ondas de su aparato y atraían las lluvias artificiales de su invención, aunque la operación de su dispositivo se realizara a muchos kilómetros. Así, el 23 de febrero envió un telegrama desde su casa en Buenos Aires: “Informen urgente estado del tiempo. Estoy trabajando con lluvias”. A las pocas horas se produjo una extraordinaria lluvia de más de 100 milímetros en solo una hora.

El temporal, de hecho, solo afectó a Villa Epecuén y Carhué, sino a toda la región del sudoeste e hizo estragos en Bahía Blanca, a 200 kilómetros. “La borrasca de ayer no tiene semejanza con ningún otro fenómeno”, dijo La Nueva Provincia, y agregó: “El torbellino tendió un tiránico dominio de abismo”.

Baigorri continuó con su dispositivo provocando lluvias artificiales. Hasta fue convocado por Perón en 1951 para paliar una sequía que afectaba a Caucete, en San Juan. En los ‘60 mostró su máquina en “Sábados Circulares”, el recordado programa de Pipo Mancera. Murió en 1972 y dicen que fue sepultado en la Chacarita con su aparato milagroso. En Epecuén, mientras tanto, siempre fue recordado como “el mago de la lluvia” que salvó la temporada 1939… aunque con un aguacero de temer. (DIB) MM

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