Infierno en una Gran Cherokee: la muerte de un estanciero de Saladillo

Roberto Zavaleta había llevado, junto a su mujer, a un amigo a Llavallol. De golpe fueron asaltados por dos delincuentes que se metieron en su vehículo y los secuestraron. En un momento el hombre reaccionó y disparó a los delincuentes, pero éstos respondieron y lo mataron.

Por Marcelo Metayer, de agencia DIB

Roberto Zavaleta no era de Saladillo, era parte de la historia de Saladillo. Su familia se había radicado en la zona a principios del siglo XX y era un estanciero muy apreciado. Le gustaban la aeronáutica, el surf, el automovilismo, las armas. Tenía unas 1.100 hectáreas de campo en Juan José Blaquier, a 40 kilómetros de Saladillo, y 49 años. Murió lejos de sus pagos, en Llavallol, partido de Lomas de Zamora, en un atroz tiroteo en el que fallecieron también dos delincuentes que lo habían secuestrado y que dejó heridos a un amigo y a la esposa de Zavaleta. Fue un sangriento sábado de marzo de 2001, que aún perdura en la memoria de los saladillenses.

Todo ocurrió en pocos minutos, el sábado 10 de marzo de ese año que después traería otros horrores. La cuestión es que ese día, a las nueve y media de la noche, Zavaleta estacionó su camioneta Grand Cherokee en la puerta de la Clínica Privada de Salud Mental, en Moldes al 300 de Llavallol. Con él estaban su mujer Susana Amanda Theaux (49), y su amigo Alberto Rachi (60). Como Rachi padecía una invalidez, Zavaleta acostumbraba a ir a buscarlo a la clínica en que estaba internado para trasladarlo a su campo en Saladillo y posteriormente lo llevaba de regreso.

En ese momento aparecieron de la nada dos ladrones armados con revólveres. Amenazaron a los ocupantes de la camioneta y se subieron a ella. Eran de nacionalidad paraguaya y no tenían antecedentes penales en nuestro país. Uno de ellos había entrado a Argentina el 6 de marzo, con permiso de turista para quedarse por quince días. Un fiscal dijo después del crimen que la principal hipótesis era que este último delincuente habría venido con el encargo de robar una camioneta 4×4 para llevarla al país vecino, y ya tenían vista la de Zavaleta. La Grand Cherokee se cotizaba en unos 52.000 pesos, es decir, dólares, ya que regía la convertibilidad.

Uno de los cacos le ordenó al estanciero que se corriera al asiento del acompañante, de modo que Zavaleta debió sentarse arriba de su mujer, y tomó el volante del vehículo. El otro ladrón se fue a sentar atrás, junto a Rachi.

No llegaron muy lejos. Cuando habían recorrido unas cinco cuadras, los asaltantes comenzaron a golpear primero a Rachi y después a la esposa de Zavaleta.

Tras un culatazo en la cabeza de la mujer, Zavaleta extrajo de la cintura, donde la llevaba oculta bajo la camisa, una pistola 9 milímetros e hizo dos disparos contra el delincuente que conducía, que murió en el acto.

Entonces se dio vuelta y gatilló seis veces más contra el ladrón que iba detrás y lo hirió, pero antes alcanzó a recibir varios balazos que lo mataron.

Sin control

Ya sin control, la camioneta chocó contra un árbol.

Según los investigadores, dentro del vehículo se dispararon más de 20 tiros. La mujer de Zavaleta y el amigo del matrimonio quedaron heridos por el choque, pero milagrosamente no recibieron ningún impacto de bala.

“Fue un impacto terrible. Si bien el árbol no quedó con grandes marcas, todo indica que la 4×4 iba muy fuerte. Chocó contra el árbol, rebotó y quedó atravesada en la calle con una rueda arriba del cordón”, contaron a los medios los vecinos del barrio.

Mientras el motor de la camioneta comenzaba a echar humo, la mujer de Zavaleta pudo salir de la 4×4. Muy dolorida, le pidió ayuda a la dueña de un almacén que había salido a la calle.

“Pensé que había sido un accidente de tránsito. Pero de pronto la mujer gritó: ‘Nos están robando, nos están robando’”, relató la almacenera. La vecina llevó a la mujer a su casa y llamó a la Policía. “Le dolía mucho el pecho. Además, tenía un terrible golpe en una mejilla. Me dijo que un ladrón le había pegado un culatazo”, contó

Mientras tanto, otro vecino se acercó a la 4×4, vio que el conductor y Zavaleta estaban muertos, y atendió el pedido de auxilio de Rachi. “No entendía nada. Me dijo que tuviera cuidado porque el hombre que tenía al lado estaba armado. Pero vi que estaba moribundo”, contó el hombre, que enseguida sacó a Rachi de la camioneta y lo acostó en la vereda a la espera de la ambulancia. Minutos después, la mujer, Rachi y el ladrón herido fueron llevados al hospital Gandulfo. Este último falleció en ese nosocomio.

Más tarde Theaux fue trasladada a la clínica Independencia de Munro, donde quedó en terapia intensiva. Tenía varias costillas rotas por el fuerte golpe en el tórax, pero estaba fuera de peligro y fue externada poco tiempo después.

Recorte del diario La Mañana de 15 de Mayo sobre la despedida de Zavaleta.

Marcados por la fatalidad

Saladillo se despertó el domingo con la noticia de la trágica muerte de Zavaleta. Los vecinos primero sintieron incredulidad y luego reflexionaron sobre un hecho insoslayable: “Parece una familia marcada por la fatalidad. Ninguno de ellos llegó a los 50 años”.

Así, el padre de Roberto Zavaleta había fallecido de cáncer a los 45; su tío Juan José murió del mismo mal a los 47; su madre, Dora Mc Cormick, falleció en un accidente automovilístico a los 41 y su único hermano, Carlos, había perdido la vida en otro accidente automovilístico un año antes del fatal intento de robo en Llavallol.

Zavaleta fue inhumado en el cementerio parque de 25 de Mayo, luego de ser velado en Saladillo. El estanciero fue sepultado en esa necrópolis porque allí ya se encontraba su hermano Carlos.

En el velatorio, sus íntimos contaron a los medios que no creían que el estanciero se hubiera resistido al asalto. “Desde el sanatorio su mujer contó que él no se quiso resistir, que les dijo que se llevaran todo, tiene que haber sido una situación límite”, explicó Germán Rodríguez, uno de los mejores amigos de Zavaleta.

Otro -Diego Ulfeldt- explicó que “él tenía permiso para portar armas y eso no se le da a cualquiera, sólo a gente que por su trabajo debe andar viajando con grandes cantidades de dinero”.

Tanto Rodríguez como Ulfeldt contaron que Zavaleta estaba acostumbrado a llevar el arma encima, pero que nunca la había usado. “Si él no mataba una hormiga”, aseguró Marisa, la esposa de Ulfeldt.

Esto quedó refrendado con una breve declaración que hizo una de las hijas de Zavaleta a La Nación: “Que quede claro que nuestro padre no era un hombre violento”.

Lo qué pasó por la cabeza de Zavaleta cuando comenzó ese infierno de disparos en la cabina de la Grand Cherokee nunca se sabrá. Pero ese sábado, que empezó como uno más en la historia del estanciero, terminó con una masacre y su vida, como la del resto de su familia, segada antes de los 50 años. (DIB) MM

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí