Por Gastón M. Luppi, de la redacción de DIB
Milagros Cali tiene 19 años, es de La Plata, mide 1,59 y no sabe cuánto pesa. “La balanza es algo que me da superterror”, cuenta. En octubre de 2018 pesaba 44 kilos, un par menos de lo que indicaban las antropometrías, pero el máximo que permitía la categoría de taekwondo en la que compitió en los Juegos Olímpicos de la Juventud. Es olímpica, un sueño realizado, aunque a esa cita llegó casi sin poder caminar. Así y todo, tuvo chances de medalla. Y cumplida su participación en Buenos Aires 2018 sintió que debía dar un paso al costado.
En diálogo con el sitio Horizonte 2020, Cali explica que los Juegos fueron en su último año como juvenil, y que ya debía pasarse a adultos. “Había estado en torneos panamericano, sudamericano, Juegos Sudamericanos, nacionales, Juegos Olímpicos, mundiales… En adultos iba a tener que hacer de nuevo lo mismo pero con chicas que miden 1,80. Iba a ser mucho sacrificio. Sentí que ese no era el lado por el que podía darle una mano a mi deporte. Creí que debía correrme, ir por otro lado”.
En ese momento, Cali también quería terminar la secundaria [postergada por el deporte] e inscribirse en Abogacía. Ahora realiza un curso de coach internacional y es desde ese lugar por donde tendría que meterse otra vez en el taekwondo. Y a continuación, un pasaje de la entrevista de Horizonte 2020, compartida con la Agencia DIB.
– ¿Los Juegos de la Juventud no son una experiencia extremadamente exigente para chicas y chicos tan jóvenes?
– Veo gente que se fue de viaje a Bariloche, o que tiene amistades del colegio, de toda la vida, que yo no tengo. No te puedo contar una anécdota de “cuando era chica me rateaba” porque el colegio lo hacía a distancia. Está bien, recorrí el mundo y todos me dicen quién te quita lo bailado. Pero pesaba 44 kilos, me tenían que ayudar a caminar, no podía tomar agua, mi cuerpo estaba detonado. Dormía de costado y [con gesto de fricción entre sus manos] las rodillas se me cortaban, la cadera se me cortaba…
– Como para tomar dimensión, ¿cuánto pesás ahora?
– No. La balanza es algo que me da superterror, no puedo subirme, y tampoco quiero. No caí en la bulimia ni en la anorexia, que en los deportes de peso es común. Como mi papá es médico, creo que fue por eso, conocía las enfermedades, las tenía presentes. La gente me decía: “Che, cuidate, estás muy flaca”. “Sí, no estoy comiendo pero sé que está mal”. Ahora que volví a mi peso normal, me miro al espejo y digo: “Perfecto, así me siento bien, ya no dependo de una balanza”.
– ¿Cómo hiciste para aguantar?
– Un mes antes de los Juegos yo estaba: “Dejo todo, me quiero ir”. No podía ni caminar. Los chicos todo el tiempo estaban pendientes de si me podía levantar de la cama y los primeros minutos era tratar de acomodarme para llevarme al baño, si es que no me iba desmayando. Y ahí dije: “Listo, los Juegos van a ser mi último torneo”.
– ¿Cuál debía ser tu peso?
– Soy muy bajita, mido 1,60, 1,59 [corrige con su mano]. Mi peso en las antropometrías me daba que podía bajar hasta 46, nada más.
– Y competiste con 44 kilos.
– Sí. Me sentaron en una silla y me dijeron: “Vas vos, pero tené en cuenta que te vas a encontrar con un montón de chicas que son mucho más altas”. “No pasa nada, todo bien”.
– ¿Era cumplir un sueño?
– A los 5 años tuve mi primera clase con mi papá. Yo era la varoncito de mis compañeras, una más de los nenes. Mi mamá me quería llevar para el lado de baile, patín, atletismo, y yo no quería saber nada. Y le decía a mi papá: quiero ir a un Juego Olímpico. A los 13-14 me dijeron que tenía la posibilidad. “Te tenés que ir del colegio”, me advirtieron. Mi mamá no estaba a favor, y ahí le dije: “Vamos a hacer una cosa: vos me vas a ayudar en todo, pero voy a ser yo la que tome las decisiones”. ¡Así, con 13 años se lo dije! Mi familia apoyó mis decisiones, eso estuvo buenísimo.
– ¿Estuvieron al tanto de tus padecimientos?
– Nadie sabía nada. Por ahí cuento algunas cosas que me pasaron y mi mamá me dice: “Esto nunca me lo contaste”. Y mis entrenadores creo que tampoco sabían. Era todo entre nosotros, entre los chicos. Era una época en la que comía un tomate con una lechuga y subía un kilo, porque el cuerpo absorbía todo, necesitaba comida. El mes anterior a los Juegos fuimos a México. Entrenaba con una compañera y le decía: “Comemos un poquito y después vamos a patear. Tené cuidado que no me caiga”, era horrible.
– ¿Y cómo llegaste a los Juegos?
– En los Juegos entré a la habitación y me quedé enamorada de los acolchados. Y quería la cama más linda. Era una de las de arriba, entre la ventana y la pared; hermosa. Sin embargo, me acosté en una de las de abajo. Pero llegó una chica de lucha, me miró y me dijo: “¿No te jode si te acostás en la de arriba? Peso como 100 kilos y se va a romper”. La miré y le respondí: “Me encantaría, pero no me puedo subir a la escalera, tengo miedo de caerme”. Me agarró de mi cinturita, me subió y ahí se quedó: “¿Cuánto pesás?”. “44, no doy más”. Me quedaba acostada en su cama y cuando ella se quería acostar, me subía. Y cuando yo me quería bajar, decía: “¿Me bajás?”, y me bajaba.
– ¿Qué posibilidades tenías entonces?
– Llegó el día, no daba más, no podía quedarme parada. Empezamos y mi rival [la mexicana Alicia Rodríguez] cambió completamente su estilo de lucha. Estuvimos como un mes y medio practicando todo para que… Ahí mandé todo a la mierda, “voy a hacer lo que quiero, ya estoy acá, la que pelea soy yo”. Y en un momento siento que alguien me muerde el hombro: “¡Eh!”, digo, “¿qué hacés?”. Y al hablar, el árbitro me descuenta. Entré en desesperación.
– O sea, más allá de tu estado físico, ¿pudiste haber tenido un mejor resultado?
– Si hubiese dejado pasar las mordeduras y no entraba en una lucha en caliente, o trataba de ir en clinch de una manera para que no me muerda, por ahí le ganaba y la medalla era mía. No aguantaba en clinch, no aguantaba tener los brazos puestos arriba porque me pesaban por el cansancio físico que tenía, y ella me lo buscaba todo el tiempo.
– ¿Cuándo volviste a sentirte bien?
– Más o menos un año después de los Juegos. En la medida en que me iba acomodando, me sentía supergrandota, relenta, no podía levantar las piernas. Y mi cuerpo se acostumbró: “Ya no vamos a bajar más de peso drásticamente”.
– Seguís entrenando, sos sparring, pero querés ser entrenadora.
– Sí, toda la vida quise ser entrenadora. Me encanta entrenar a la gente y que la gente vaya y la rompa. Pero lo quiero hacer bien, quiero estudiar, quiero prepararme; quiero transmitir la tranquilidad que me transmitían a mí.
– Y si tu entrenada o entrenado tiene que competir por debajo de su peso…
– Respetaría la decisión, le diría: “Necesitamos un 44 y vos estás para un 46: lo que decidas va a estar bien y voy a estar ahí acompañándote en lo que decidas”. Como me hicieron a mí.