Hacía frío, mucho frío. La copiosa lluvia completaba una escena de invierno duro en la localidad de City Bell, partido de La Plata. Tres golpes en la puerta llamaron la atención de ella. Era de noche ese 10 de julio y uno de sus hijos, el único que estaba ese día en la casa, dormía. Pese a los temores por algunos robos en la zona, vestida de camisón y unas medias celestes de lana Penguin abrió. Lo que pasó entre ese momento y dos días después, cuando el cuerpo de la mujer apareció al costado de la ruta 2, es un misterio rodeado de hipótesis que aún hoy, 36 años después, sigue sin resolverse.
Aurelia Catalina Briant, más conocida como Oriel, era una profesora de inglés de 37 años, y su caso en 1984 sacudió a la opinión pública. La mujer, madre de cuatro hijos, había estado casada por más de una década con Federico Pippo, un profesor de literatura y filosofía de 45 años. Ya separada, él se convirtió en el principal sospechoso, aunque el tiempo pasó y nunca los investigadores pudieron cerrar el círculo.
La tarde anterior a su desaparición, Esteban Pippo, hermano de Federico y sargento de la Policía bonaerense, y su madre Angélica Romano llegaron en el Renault 12 azul a la casa (materna) de Oriel. En el vehículo que habían comprado mientras eran matrimonio con los ahorros de ambos, estaban Martina, Tomás, Julián y Christopher, los cuatro hijos de la pareja. Pero sólo se quedó a dormir allí el menor de 3 años. Fue justamente su llanto aterrador, a la mañana siguiente y mientras deambulaba por el parque de la casa, que hizo que un vecino llamara a la Policía. Su mamá no estaba, y eso preocupó a todos.
Fueron horas intensas para los investigadores hasta que el 13 de julio, a un costado de la ruta 2, en la jurisdicción de la localidad de Brandsen y debajo de una arboleda encontraron el cuerpo de la profesora. Presentaba tres impactos de bala calibre 32 –dos en la cara y otro en una nalga– y la marca de 37 puñaladas, una por cada uno de sus años, muchas en sus genitales. Estaba desnuda y, por efecto del castigo sufrido, le faltaban varias piezas dentarias.
Los sospechosos
Desde ritos satánicos hasta una película de pornografía, la misteriosa muerte estuvo envuelta en todo tipo de teorías. Muchas, descabelladas. Sin embargo, errores de procedimiento, algunas pistas falsas y testigos que se arrepintieron de sus dichos, hicieron que el caso quede impune.
Rápidamente, y ante la conmoción que causó el crimen, la Policía detuvo a José Alberto Mensi, con el que Oriel mantenía una relación tras la separación de Pippo. Pero con una coartada firme y sin otros indicios, el vidriero fue liberado. El segundo sospechoso fue un alumno de Pippo, Carlos Davis, muy cercano al profesor. Pero también quedó descartada su participación, aunque apuntó contra el ex marido de Oriel. Ante el juez Julio Desiderio Burlando (padre del abogado Fernando Burlando), dijo que meses antes del crimen le confesó que quería matarla.
Con los resultados de la autopsia que marcaba la saña con la que había asesinada, llegó el momento de Pippo y su entorno. El 2 de agosto, el profesor fue detenido, imputado del delito de “secuestro seguido de muerte”.
En tanto, el día 25 el juez allanó un stud en el Barrio Pin de Lobos. Ese predio pertenecía a los Pippo, donde por entonces vivía y tenía un taller de plomería un primo del profesor, Néstor Romano. Además, éste confesó que la noche del crimen vio a Esteban y a Angélica en el stud llevando a una mujer rubia. Un estudio de suelo comprobó que la tierra y los pequeños trozos de hierro encontrados en el lugar eran idénticos a los hallados adheridos a las medias celestes de Oriel. Hermano y madre quedaron tras las rejas. Pero Romano, volvió a declarar y dijo que había “fabulado” todo presionado por la Policía, y que sus familiares no habían estado esa noche en el stud.
Un error clave
Además, un error del comisario al armar el acta de pruebas en el lugar en donde encontraron el cuerpo, provocó la nulidad de todas las evidencias. No dio detalles sobre las medias que tenía Oriel en ese momento, donde estaban los restos que la vinculaban con su posible paso por el stud. La defensa de Pippo, rápida de reflejos, logró la nulidad de la prueba por parte de la Cámara Penal de La Plata.
Fueron 367 días los que Federico, su hermano y la madre estuvieron detenidos. El divorcio conflictivo, el dinero que debía darle el profesor a ella, la mala relación del último tiempo, los mantenía tras las rejas. Pero ante la falta de elementos de prueba de peso, el fiscal platense Bruno Casteller no los pudo acusar, por lo que solicitó el sobreseimiento de la familia. Burlando, debió avalarlo.
De haber sido hallados culpables, la familia podría haber sido condenada a muerte ya que en ese momento aún regía en el país la pena capital, contemplada en el artículo 142 del Código Penal, y que fue derogada por Raúl Alfonsín. Pippo falleció a mediados de 2009.
El cuerpo de Oriel, entretanto, fue depositado en una tumba del Cementerio de La Plata. Como nunca le llevaron flores ni tampoco nadie pagó la tasa municipal de sepultura, en 1991 los restos fueron sacados del lugar y arrojados a un osario común. Su alma, es la que seguirá siempre reclamando justicia. (DIB) FD