Los 140 fusilados de La Matanza, de los que casi nadie se acuerda ya

La trágica campaña del coronel Costa para que la provincia de Buenos Aires volviera a unirse con el resto de las provincias.

Durante los últimos 40 años, fue tomando cuerpo un cierto lugar común: la tensión y hasta la hostilidad personal, más o menos disimulada, entre sus dirigentes, son la marca de identidad de las relaciones de poder entre los gobiernos Nacional, de la Ciudad  y de la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, en el siglo XIX, lo que hoy son chicanas y cruces de declaraciones en los medios de comunicación, fueron cruentas batallas fraticidas frente a las cuales las peleas entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Felipe Solá o Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta aparecen –afortunadamente- como civilizados debates de salón.

Uno de los episodios violentos más silenciados del largo y doloroso proceso de formación de los que hoy se conoce como el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) es la llamada Masacre de Villamayor, ocurrida a comienzos de 1856 en una zona que entonces pertenecía a La Matanza y hoy forma parte del partido de Marcos Paz. En ese momento, el trípode ciudad-provincia-Nación tenía una configuración muy distinta de la actual. De hecho, la Provincia, cuya capital era la ciudad de Buenos Aires, estaba separada del resto del país, un conjunto de estados que excluían la Patagonia gobernados desde Paraná por Justo José de Urquiza.

Fue justamente para producir la reunificación de lo que la derrota de Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros había separado, es decir el retorno del Estado de Buenos Aires a la Confederación Argentina, que se produjo la aventura que terminó en el baño de sangre de La Matanza. Su protagonista principal fue el coronel Jerónimo Costa, un federal que se había exiliado –como tantos- en Montevideo después del 3 de febrero de 1852, al mando de unos pocos oficiales y una pequeña fuerza,  una suerte de mini ejército mal equipado y preparado para la acción.

¿Quién es Costa? El Coronel era uno de esos militares que hicieron la historia argentina desde los campos de batalla. Durante la presidencia de Bernardino Rivadavia, muy joven todavía, fue a hacer la guerra contra el imperio brasileño. Después se sumó a la campaña del Desierto de Rosas y, como premio, fue designado comandante de la Isla Martín García. Allí, se batió contra las tropas francesas en evidente inferioridad de condiciones pero con tal ferocidad que el capitán de las fuerzas invasoras Hipólito Daguenet le devolvió la espada y los prisioneros, además de enviar una admirada nota elogiándolo.

En los primeros días del año 56, Costa es ya un veterano que ha pasado por otras mil batallas, pero no teme emprender la que sospecha que será la última. El intento arrancó en diciembre del 55, con dos columnas, una a su cargo y otra bajo el mando del coronel José María Flores, que desembarcan en Ensenada y cerca de Zárate, respectivamente. Pero Flores es derrotado rápidamente, el 24 de marzo. El gobernador de Buenos Aires, Pastor Obligado, dispuso, cuatro días después, la instauración de la pena de muerte, en un decreto firmado por sus ministros Bartolomé Mitre, Valentín Alsina y Norberto de la Riestra.

Para Costa el escenario no podía ser peor: con solo 160 hombres bajo su mando y la amenaza de la ejecución pendiendo sobre su cabeza, no tenía chances frente a las tropas, muchísimo más numerosas, que comandaban Mitre y el coronel Emilio Conesa. Pero decidió seguir adelante. El desenlace se produce en la agobiante mañana del 31 de enero, en un campo al otro lado del arroyo Morales. Costa ve aparecer la vanguardia de Conesa y ordena el ataque. Se producen algunos intercambios, hubo muertos y rápidamente el triunfo de Conesa y Mitre resultó evidente.

Aunque algunos murieron en batalla y unos pocos lograron escapar, la mayoría de los integrantes de la tropa de Costa –él es ultimado cuando ya se había rendido- son pasados por las armas dos días después, por orden directa de Mitre que se apresura a hacer uso de las facultades de las que lo había impuesto Obligado, antes de que llegue a los campos de La Matanza una orden de indulto. A su regreso a Buenos Aires, el ministro de Guerra fue recibido con una ovación. El diario “El Nacional”, redactado por Domingo Faustino Sarmiento, celebró los fusilamientos y calificó de “trofeo” la espada de Costa “ruin y mohosa”.

La reunificación del país deberá esperar y la federalización de la Ciudad insumirá al menos otras 3 mil vidas, durante la rebelión de 1880 protagonizada por Carlos Tejedor, pero el antecedente de la Masacre de Villamayor sería un pico de crueldad difícil de emular. Casi no hubo después fusilamientos ordenados  por el Estado argentino, al menos de manera legal y a esa escala.  (DIB) AL

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