“Hija de re mil putas, sos una ciberpelotuda (…) Sé dónde estás, estás adentro de tu casa, cagándote de risa. Ya vas a ver quién soy. Voy a meterme a buscarte”. Marisol San Román, “la paciente 130”, recibió ese mensaje en medio de otras tantas agresiones y se asustó. Era una amenaza. Decidió hacer la denuncia en el Ministerio Público Fiscal por “ciberacoso agravado por violencia de género” contra el autor de esos agravios, un hombre que la contactó vía Instagram.
El lado B de la prevención contra el coronavirus incluye acoso, estigma y escraches que recaen sobre los pacientes y también sobre los trabajadores de la salud. En los últimos días proliferaron las noticias sobre carteles en edificios echando a médicos y a enfermeros, exponiéndolos, amedrentándolos y amenazándolos.
“Me dijeron leprosa. Me trataron como si fuera el enemigo”, contó a DIB Marisol, quien no dudó en asegurar que esos agravios vía redes sociales impactaron fuerte en su salud emocional. “Estoy en contacto con otros pacientes que pasaron por lo mismo”, agregó. Y aclaró: “No puse en peligro a nadie. Llegué, estuve en cuarentena y no vi a nadie antes de enterarme que tenía Covid-19. El resultado me lo dieron internada. Tomé todas las precauciones”.
“Los profesionales de la salud y las personas contagiadas son percibidas como una amenaza y la reacción ante esta percepción es el ataque como defensa. La ignorancia, la falta de empatía y de solidaridad son los verdaderos estigmas”, explicó a DIB la licenciada Analía Forti, consultora psicológica. “Hacer de una víctima un victimario y excluir a quienes arriesgan su propia salud para cuidar la de otros, es una expresión de los aspectos más ruines del ser humano. Quienes reciben estás expresiones de rechazo sienten el dolor, la culpa, la vergüenza y la impotencia que genera la falta de empatía”, amplió.
Marisol también sufrió el escrache por parte de un vecino de la casa de su padre, donde ella se refugió ante la enfermedad. “Se le ocurrió poner uno de esos mensajes ‘acá vive una persona que tiene coronavirus’ con una foto mía. Un inconsciente, después lo borró”.
Para el docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), Esteban Rodríguez Alzueta, la cuarentena y el lado de B de la prevención contra la pandemia “dejaron al descubierto la cultura de la delación”, que hace rato “orientan no solo a los vecinos, sino también a los usuarios en las redes sociales y a los televidentes”.
“Desde hace mucho tiempo que la delación viene siendo referenciada como una práctica cívica correcta, la manera de estar en el vecindario y en las redes sociales. Porque además es el paso siguiente de la vigilancia. La vigilancia y la delación son las dos formas que se proponen a los vecinos para que estén en su barrio, o a los usuarios de las redes sociales para habitar el mundo virtual”, explicó a DIB el autor del libro Vecinocracia: olfato social y linchamientos.
“Un vecino alerta es un vecino que escucha a través de las paredes, que ‘pispea’ la calle por la mirilla de la puerta con una mano en el teléfono y la otra en el botón antipánico. Pero también Facebook o Instagram contienen funciones para que reportemos los contenidos que ofenden la moral cristiana y el canon de lo políticamente correcto de los cientos de progresismos que existen hoy día. Este pacto de delación que sella la vida cotidiana en muchos barrios y en las redes sociales alimenta la desconfianza y genera cada vez más enemistad”, amplió el investigador, director del Laboratorio de estudios sociales y culturales sobre violencias urbanas (LESyC).
Aplausos y amenazas
Quizás los vecinos de Elizabeth Melania Alfaro, una médica oncóloga del Hospital Garrahan, se unen cada día a los aplausos que se escuchan a las 21 horas en homenaje a los trabajadores de la salud. Sin embargo, también le pidieron que no use ascensores ni espacios comunes por miedo al contagio.
“Parecemos bipolares: te aplauden y después te encontrás con estos carteles. La sensación que te da es de mucho dolor. Somos muchos los que le estamos poniendo el hombro, pero estas situaciones sacan las miserias más profundas”, remarcó Alfaro días atrás.
Esa historia se repite en varios inmuebles, y en algunos es aún peor: directamente el reclamo incluye el destierro. “No vuelvas nunca más”, rezaba el cartel con el que se encontró el psicólogo y enfermero Rodrigo Cuba cuando llegó a su departamento del barrio porteño de Balvanera luego de una jornada laboral en la Cruz Roja.
“Estimado vecino Rodrigo del 7B, es hora de que empieces a cuidar a tus vecinos, sabemos de tu trabajo en la Cruz Roja pero hoy nos toca cuidarnos. Por favor, no vuelvas a casa, el Estado tiene refugios para el personal de la salud, no vuelvas nunca más”. El mensaje estaba pegado en el ascensor del edificio, escrito en computadora con letras mayúsculas.
“La delación se tramita a través del anonimato, haciendo llamadas sin darse a conocer, pegando cartelitos en los ascensores o en los postes o marquesinas del barrio sin hacerse cargo”, señaló Rodríguez Alzueta, quien lamentó que “se nos ha enseñado que la manera de tramitar los problemas es a través de la enemistad”.
“Cuando la sociabilidad se organiza sobre la base de las afinidades, el otro tendrá pocas chances para ser reconocido, integrado. Hay que detectarlo, escracharlo, y excluirlo de nuestros entornos afines. No hemos sabido construir políticas de la amistad para tramitar los reproches, hemos sido entrenados en las políticas de la enemistad que nos llevan no solo a tomar distancia del otro sino a dejarlo solo, apartado, expulsado”, explicó.
En un sentido parecido se expresó también Forti: “La discriminación y el rechazo a las personas contagiadas son expresiones de la falta de empatía, de esa incapacidad de ponerse en el lugar del otro. Toda conducta discriminatoria es la contracara de la conducta solidaria”, analizó.
En el interior
Acusaciones, amenazas e información falsa. El primer caso de Covid-19 en Olavarría generó toda clase de comentarios en redes sociales, y la familia del paciente tuvo que salir a responder y llevar tranquilidad.
“Identificar al paciente es un acto irresponsable, indebido y repudiable”, señaló el Municipio en un comunicado luego de que circularan datos del paciente y fotografías en tono amenazante. “El coronavirus es una nueva enfermedad y nadie elige enfermarse. Todos estamos en condiciones de contraerla y por eso debemos respetar la privacidad de los pacientes y sus familias”, indicó.
En diálogo con el diario olavarriense El Popular, la psicoanalista Isabel Figueroa sostuvo que el escrache y la identificación surgen ante el temor por el “enemigo invisible”. De ese modo, “el enemigo invisible se transforma en algo ubicable en el contexto social, y en una respuesta posible frente a lo que nos angustia”.
Situaciones similares llevaron al intendente de Pinamar, Martín Yeza, a firmar un decreto de “confidencialidad” para que no se diera a conocer la identidad de los pacientes con Covid-19. (DIB) MCH