Profesor Cronopio: la vida de Cortázar en el interior bonaerense

La Plata, feb 17 (Por José Giménez, de la redacción de
DIB).- Julio Cortázar fue, sin dudas, un escritor universal. Nacido en Bélgica,
donde su padre era diplomático, vivió toda su infancia en Banfield y luego se
estableció en París, donde se hizo mundialmente conocido.

Sin embargo, mucho antes de “Rayuela”, entre 1937 y 1944, el
escritor (de quien esta semana se cumplieron 35 años de su muerte) vivió en el
interior bonaerense, donde se desempeñó como profesor en escuelas secundarias de
Bolívar y Chivilcoy. Pese a aborrecer su estadía allí, Cortázar desarrolló una
intensa actividad literaria y cultural, y produjo algunas obras en las que ya
comenzaba a pulir su estilo inconfundible.

Egresado en 1935 del Colegio Mariano Acosta, donde se
recibió de profesor normal en Letras, Cortázar debió abandonar sus estudios de
Filosofía y Letras y buscarse un trabajo para mantener a su madre y su hermana,
con quienes vivía.

Entre agosto y diciembre de 1936 hizo una breve suplencia en
una escuela primaria del interior bonaerense, aunque no hay datos precisos
respecto de su localización. En tanto, en 1937, alentado por sus excompañeros
del Mariano Acosta, decidió seguir probando suerte en la provincia, y se
instaló en Bolívar para dar clases de Geografía y Lógica, materias
completamente ajenas a sus intereses.

“Era profesor en letras pero me facultaba para enseñar en
los colegios secundarios lo que tuviera ganas: gramática, geografía,
instrucción cívica, historia. Realmente un hombre orquesta. No me satisfacía ni
mucho menos, pero me sirvió para ayudar a mi madre”, diría años después en una
entrevista.

Más tarde, en agosto de 1939 se trasladó a la Escuela Normal
de Chivilcoy, en donde le asignaron 16 horas semanales, repartidas en las
materias de Historia, Instrucción Cívica y Geografía. Cobraba 640 pesos moneda
nacional, unos 150 dólares en ese entonces.

Allí pasó sus días (instalado en una pensión ubicada a medio
camino entre la plaza principal y su escuela) hasta mediados de 1944, cuando se
trasladó a Mendoza a dar, finalmente, clases de Literatura en la Universidad
Nacional de Cuyo.

Cortázar fue recordado por sus alumnos como un gran docente,
con quien por su cercanía en edad se permitieron un trato más cercano. Pero su
paso por el interior no estuvo exento de polémicas: se enamoró de una
estudiante, cuestionó ciertas políticas gubernamentales y se negó a besar el
anillo del obispo de Mercedes, durante una visita a la escuela. En una carta
escrita luego de instalarse en Mendoza, dirá que ese incidente fue el detonante
de su salida: “se me acusaba (“vox pópuli”) de los siguientes graves delitos:
a) escaso fervor gubernamentalista, b) comunismo y c) ateísmo”.

 

Libros y encierro

Contrariamente a lo que destacan algunas crónicas locales,
Cortázar aborrecía su vida en el interior: en su copiosa correspondencia, el
joven profesor contaba a sus amistades que no le gustaba el ambiente y que
prefería encerrarse en su habitación a leer libros. “La vida, aquí, me hace
pensar en un hombre a quien le pasan una aplanadora por el cuerpo”, decía. Y
agregaba, con mordacidad, que “los microbios, dentro de los tubos de ensayo,
deben tener mayor número de inquietudes que los habitantes de Bolívar”.

Sin embargo, estos comentarios, que reservaba siempre para
sus amigos porteños, no le impidieron participar de forma activa en la vida
social y cultural de esas ciudades. Rápidamente trabó amistad con sus colegas
docentes y participó activamente de los círculos culturales de la época.

Fue, además, un lector voraz (un “bibliómano”, según el
poeta jujeño Domingo Zerpa, colega suyo en Chivilcoy): sus compañeros de
pensión recuerdan que vivía encerrado en su habitación, leyendo o escribiendo a
máquina.

Así fue dando sus primeros pasos como escritor, con cuentos
que, aunque inéditos mientras vivió, ya comenzaban a prefigurar su
inconfundible estilo. En Bolívar publicó un libro de poemas titulado
“Presencia” (1938), firmado como Julio Denis, un pseudónimo que usaría mucho en
esa época. Además, entre 1937 y 1944 escribió una serie de cuentos fantásticos,
la mayoría de los cuales no vio la luz sino hasta 1996, cuando Aurora
Bernárdez, su heredera universal, editó sus cuentos completos y los agrupó bajo
el título “La otra orilla”. De esos relatos, solo “Llama el teléfono, Delia”
fue publicado en 1941, en un periódico socialista de Chivilcoy. En sus cartas,
además, Cortázar hace referencia a una novela de unas 600 páginas que estaba
terminando antes de su mudanza a Mendoza, pero cuyo destino se desconoce.

Pero más allá de la literatura, el joven profesor participó
activamente de peñas culturales, donde discutía apasionadamente sobre
literatura y jazz, y trabajó en la adaptación de una obra teatral. También
participó en el guión de “La Sombra del Pasado”, una obra estrenada en
Chivilcoy en 1947, de la que no se conserva ninguna copia, que fue dirigida por
el fotógrafo Ignacio Tankel, con quien trabó amistad en sus años como profesor.
(DIB) JG